domingo, 20 de noviembre de 2016

Que te vayas. (MásVeinticuatro)



Que sí, que te vayas.


Que no, que no vuelvas.


Que no me voy a morir por dentro cuando me faltes, ni me va a doler el vacío que dejes en mi interior.


Que me da igual pasarme noches enteras llorando porque no estás conmigo, porque ya no están tus manos para protegerme.


Que no me importa que no vuelva a ser tu sonrisa lo primero que vea cada mañana.


Que puedes irte tranquilo, que me da igual si no vuelvo a verte, a sentirte.


Que no voy a echar de menos tus besos, tus caricias, que te preocupes por mí, que me enseñes a ser feliz.


Que no te perdono lo que me hiciste. Que no voy a soportar otra humillación. Que no voy a tolerar que me degrades. Que no soy tuya. Que porque decida compartirme contigo no te pertenezco. Que no puedes controlar mi vida.


Que no me importa que llores. Que no quiero tus disculpas. Que no me creo tus palabras. Que no puedo seguir con esto. Que no quiero depender de ti. Que tus promesas ya no sirven de nada.


Que puedes cambiar. Que puedes arreglarlo. Que puedes volver cuando me hacías feliz. Que no ha sido para tanto. Que no volverá a ocurrir. Que ya pasó. Que no sirve de nada vivir en el pasado. Que todo va a ser distinto ahora. Que nunca me vas a perder. Que siempre voy a estar aquí. Que estamos hechos el uno para el otro. Que podría vivir sin ti, pero no quiero.


Que no te necesito, que no me importas.


Que (no) te vayas.

Que te vayas

miércoles, 16 de noviembre de 2016

Liberación (MásVeinticuatro)


Solo hay una persona a la que odie en este mundo. Es la que más daño me ha hecho, aunque a la par sea la que me ha dado la oportunidad de vivir cada buen momento. Pero, hasta en esos preciosos instantes, ha estado recordándome todo lo que no soy, todo lo que no tengo. Le encanta recordarme que no tengo el cuerpo perfecto, que debería comer menos, que debería hacer más ejercicio, que debería sacrificar parte de mi felicidad en conseguir la aceptación de los demás. Que no debería contestar como lo hago, que no debo dejar al descubierto mis sentimientos, que no debo decir lo que pienso. Que no debo ser yo. Que no debo ser diferente, que no debo destacar. Me mata por dentro, las palabras me taladran y me deshacen.


Son esos momentos de felicidad, en los que aparece y me destroza. "Pero mírate, si estás gorda, qué haces con esa ropa; tápate, nadie quiere verte así". "Están contigo por pena, porque no tienes nadie más con quien ir y se sienten obligados a admitirte en su grupo, no te quieren aquí". "A nadie le importa lo que pienses, no quieren saber de tu vida, de lo que sientes; cállate y no llames la atención".


Duele. Vaya, que si duele... Por dentro y por fuera de la piel. Me castiga, con esa afilada cuchilla, recorre mi piel dejando dolor, para que sepa que lo estoy haciendo mal. Que no debo ser así. Que no debo pensar así. No. No. No. Otra gota de sangre recorre mis muslos hasta mis pies, al mismo tiempo que las lágrimas llegan a mi barbilla.


La vergüenza me consume como a una colilla. Mi vida es un cigarro en las últimas, a punto de apagarse. Soy consciente de lo tóxica que es nuestra relación. Y por eso, hoy he decidido ponerle fin. Voy a dejarla. De una vez por todas, necesito ser feliz. Quién quiere un futuro si está lleno de tormento y sufrimiento. He esperado a que estuviera en la bañera para ejecutar mi jugada final. La he agarrado fuerte y le he sesgado los brazos. Nunca había sentido tanta paz, tanta liberación. Sentía como mis fuerzas se iban debilitando, poco a poco, a medida que me desangraba hasta que, por fin, dejé de ser presa de mis demonios.

Liberación

Ángel Caído (MásVeinticuatro)


He crecido toda mi vida pensando que solo me gustaban las chicas. Hasta este año. Hay un chico en mi clase, Tray. Cada vez que lo veo algo dentro de mí se revuelve, nunca había sentido esto con nadie. Me paso las horas embobado, mirándole. Su marcada mandíbula, sus oscuros ojos, su corto pelo, su ancha espalda... Adoro mirarle y, al hacerlo, no puedo evitar que mi mente nos imagine, a él y a mí, solos, en un lugar que no puedo reconocer. Piel con piel, sus labios cerca de los míos. Dios mío, sus labios. Son el manjar más delicioso que deseo probar. Sentir su respiración en mi cuello, agarrarle de la cintura como si me fuera la vida en ello. Cuando estoy a solas en mi cama, su imagen viene a mí y finjo que mis manos son las suyas y les dejo total libertad por mi cuerpo. Deseo tan fuerte que sea mío. Cierro los ojos, tomo aliento y está conmigo. La cama arde con nosotros como combustible y en medio de las llamas grito su nombre. Por unos segundos el dolor desaparece, pero cuando vuelvo a abrir los ojos ha desaparecido.


Siempre está con esa chica que le espera en coche a la salida, seguro que es su novia. Es guapísima, he de reconocerlo, pero no hay nadie como él. Una noche, volviendo a mi casa, caminaba por una zona bastante transitada los fines de semana, pues hay varios locales. Uno de ellos es el pub gay más conocido de la ciudad. Alguna vez he pensado en entrar y amar fugazmente a un desconocido para así intentar ubicar mi sexualidad, pero es algo tan artificial que me produce repulsión. Estos pensamientos rondaban mi cabeza cuando vi a Tray, con esa chica, fumando fuera del local. ¿Era gay? Aunque lo fuera, no creo que se fijara en mí. Quizás fuera la emoción del momento, la esperanza de un futuro juntos, lo que me hizo decidir ir a él, hablarle, conocerle. Empecé a cruzar la calle, con el corazón acelerado por la adrenalina, cuando sonó el primer disparo.


Me pitaban los oídos, no comprendía qué pasaba. Los gritos y el resto de disparos sucedieron muy rápido, no era capaz de procesar lo que estaba sucediendo. Me quedé parado, en medio de la carretera, mirando fijamente a Tray. En la nube de disparos, cayó al suelo. No podía saber si se había tirado para evitar que le dispararan o es que le había alcanzado una bala. Desesperado corrí hacia él, olvidando que el asesino debía seguir por allí. Llegué a donde estaba, me arrodillé ante él, le sostuve la cabeza con mis manos, como tantas veces había fantaseado hacer, y le besé. Al menos moriría siendo amado. La sangre bañaba su camisa y el charco empezaba a extenderse a su alrededor. Confieso que estoy perdido, idiota y débil. Creo que es una prueba, creo que es el mayor caos. Miro a sus ojos, es un ángel caído. ¿Dónde están nuestros líderes? ¿Cómo pueden permitir que esto suceda? ¿Acaso su color de piel o su preferencia a la hora de amar son motivos para cometer tal delito de odio? Daría mi vida por la suya, preferiría salvarle, mi ángel caído.

Un Millón de Razones (MásVeinticuatro)



La vida me está dando un millón de razones para querer abandonar. Anoche, después de irme de casa ante el rechazo y la incomprensión de mis padres por mi forma de amar, cogí el coche para irme lejos, lo más lejos que pudiera. Las lágrimas empañaban mis ojos, el llanto apenas me permitía respirar, me quería morir. Quería desaparecer; nadie me iba a echar en falta.


Era noche cerrada y no había nadie en la calle. Callejeando por lugares desconocidos, buscaba algo a lo que aferrarme, algo que me diera un motivo para seguir adelante. Y lo encontré, al menos por un segundo. Giré la cabeza y te vi, andando mientras mirabas al suelo. Pude sentir tu dolor; algo te afligía, éramos iguales. No podía apartar la vista de tu cuerpo... y a través del retrovisor quedé prendado de ti. Levantaste la mirada hacia mi dirección y el corazón me dio un vuelco. Una intensa luz llenó mis ojos, un estridente sonido inundó mis oídos y un indescriptible dolor me golpeó desde el lateral.


Aquí estoy ahora, en la cama de este hospital, tras severas operaciones. No puedo hablar ni ver, la sedación es muy fuerte, pero oigo todo lo que sucede. No hay buen pronóstico para mí. Posiblemente no pueda volver a andar y la posibilidad de daños internos a largo plazo es alta. Tengo mil millones de razones para querer abandonar, simplemente dejarme marchar. Pero solo necesito una buena para quedarme, y esa eres tú. Hoy te he oído llegar, como cada mañana, a hacerme compañía y hablarme de ti. Aunque no me conozcas de nada, hablas de la conexión que sentiste, y a través de todo el dolor quiero quedarme... contigo.

lunes, 19 de septiembre de 2016

Vino Afrutado (MásVeinticuatro)

Mi mamá es la mujer más guapa del mundo. Sé que aún soy pequeño y no he visto a todas las mamás del mundo, pero estoy seguro de que lo es. Muchas noches, cuando llega, finjo estar dormido y cuando está sentada frente a su espejo, la miro desde el marco de la puerta. Veo como se quita el maquillaje, con esos suaves algodones y esos líquidos de botes de colores. Siempre llora cuando lo hace, pero no entiendo por qué. Nunca la he preguntado porque es un secreto que esté despierto a esas horas. Cuando se pasa el algodón por el ojo, su piel deja de ser clarita como es siempre y pasa a ser oscura, como morada. Otras manchas suelen aparecer por sus mejillas, en sus labios, e incluso a veces en su cuello. Los ojos se le enrojecen y se tapa las heridas con su largo pelo rubio. Cuando llora mucho, mi padre se levanta de la cama y se acerca a ella, y le besa cada una de ellas. 

Mi padre tiene un carácter difícil. Suele gritar mucho cuando se enfada. Nunca lo hace delante de mi, siempre cierra la puerta y grita a mi madre, que suele acabar llorando. No entiendo qué es lo que le enfada tanto, pero da un poco de miedo cuando se pone así. Normalmente es un hombre tranquilo, amable, siempre dispuesto a ayudar a todo el mundo. Tiene muchos amigos con los que sale algunas tardes, mientras yo me quedo con mis abuelos. Cuando se encierran en la habitación y mi padre grita a mi madre pienso que no se quieren. Yo a mi gatito le quiero mucho y nunca le gritaría así. Pero por las noches, cuando les miro en secreto, veo que se quieren más que a nada. 

Últimamente mi madre no va a trabajar. Se queda en la cama todo el día, duerme mucho. Hoy me he quedado en casa con ella en vez de irme con mis abuelos porque papá me ha pedido que cuide a mamá. Mientras estaba yo viendo la tele, mi madre se ha levantado de la cama y ha salido a la calle de detrás, donde casi nunca hay nadie. Desde la ventana he visto cómo un hombre la esperaba, vestido de deporte y con gorra, que le ha dado una bolsita transparente a mi madre. Parece que esperaba algo a cambio, pero como ella no tenía nada que darle, le ha pegado un puñetazo y se ha ido. Mi madre se ha caído al suelo, y mientras mis lágrimas empapaban en cristal, ha empezado a llover, poco a poco, sobre el cuerpo de mi madre tirado en la acera.

domingo, 28 de agosto de 2016

El Viaje (MásVeinticuatro)

Quiero huir. Dejarlo todo atrás. Atrás para siempre.

No quiero volver, no quiero volver, no puedo volver.

Compro un billete de tren. Sé que no debería.

Sin pensarlo más, cojo el tren. Va muy rápido. Me mareo.

Todo da vueltas. A través de la ventanilla no se ve nada.

Cada vez va más y más deprisa. Siento una arcada.

Parece que decelera, o al menos no ya no acelera.

El vagón es muy pequeño, me agobia, no puedo respirar.

Quiero salir. No puedo, no puedo, no debo.

Fundido a negro, parece que paso un túnel.

Cada vez respiro más despacio, me siento como si flotara. 

Todo ha desaparecido, el dolor, la angustia.

Nada me importa, soy libre, soy libre, soy feliz.

Salimos del túnel, la realidad vuele a golpearme.

Ya no floto, y siento una punzada de dolor detrás de la cabeza.

El dolor persiste, se intensifica, me taladra por dentro.

Apenas respiro, me falta aire, necesito aire.

Todo se tambalea, miro por la ventana, solo se ve mar.

El tren ha llegado al mar y no se detiene, se adentra.

El nivel del agua va superando la ventanilla, me sumerjo.

Entonces la locomotora se detiene, para siempre.

No puedo moverme, tengo los ojos abiertos fijos en el agua.

Pero... no es el mar, es el fondo de un retrete.

No es un vagón, es un cuartucho de baño.

No es un billete, es un blíster de pastillas.

No era una locomotora, era mi corazón.




domingo, 7 de agosto de 2016

Celos (MásVeinticuatro)

Siempre he sido una persona celosa. Odio que se apropien de lo que considero mío. Y eso me pasaba con ella. No era mía, pero sí el privilegio de que cada mañana me eligiera a mí como su compañero. Que decidiera compartirse conmigo. No necesitaba poseer su cuerpo, me bastaba con su corazón. Todo era perfecto, casi demasiado para ser real. Viví en esa burbuja bastante tiempo, el suficiente para acostumbrarme a ella. Me amoldé a su forma de ser, a sus necesidades, sus gustos, sus pequeñas manías y sus enfados. Sabía que si discutíamos, lo más probable es que yo me hubiera equivocado. No creo que la faltara de nada, y menos aún de cariño, pues la brindaba con todo el que poseía, servido en bandeja de mi más sincero romanticismo. 

Pero últimamente la noto distinta, ausente. Como si pensara en otro cuando está conmigo. Alguien que no puede quitarse de la cabeza, que la está conquistando poco a poco, en su interior. Es posible que le aporte algo distinto a lo que yo la tengo habituada, al fin y al cabo somos seres de costumbres y tendemos a acabar sumiéndonos en la rutina. Siempre que la pregunto me responde con evasivas, no quiere tratar el tema. Me duele verla tan distante. Ya no ríe de forma sincera, con esas carcajadas que inundaban mis oídos de alegría. No se muestra predispuesta a organizar grandes planes juntos, de esos que organizas con meses de antelación para que todo salga perfecto. Llora mucho por las noches. Cree que no la oigo, que ya estoy dormido, pero puedo sentir su dolor. Me parte el alma verla desmoronarse. Sabe que estoy para apoyarla, pero no me lo pide. Quizás no crea que estoy preparado para afrontar la verdad. 

Cuando llegue del trabajo, ella ya no estará. Los celos me consumirán. Por qué no me ha elegido a mí. ¿Tenía acaso elección? Seguro que se ha visto obligada a abandonarme. O quizás simplemente se cansó. Dios sabe que luché por ella, desde que supe de su existencia hasta el momento en el que me abandone. Y ese momento llegará. No lo podré soportar, la necesito de vuelta, no sé qué hacer sin ella. Seré el barco que se estrella contra las rocas porque el faro se ha fundido y no puede indicarle el camino. Es una pérdida de tiempo buscar responsables de los hechos. Al fin y al cabo, cuando sientes celos de la muerte, ¿a quién debes culpar?

domingo, 24 de julio de 2016

El Girasol (MásVeinticuatro)

Había una vez, en una amplia llanura, un inmenso campo de girasoles. Pero había uno en concreto, que era especial. Cada día era igual: seguir con la mirada fija el sol, una y otra vez. La monotonía le consumía. Se sentía tan solo pese a estar rodeado de miles de compañeros, que un día se empezó a marchitar. Apenas se nutría, y sus hojas empezaron a debilitarse. Los insectos se percataron y aprovecharon para alimentarse a su costa. "Qué más da", pensaba. "Nadie se preocuparía por mí si desapareciera". Algunas veces, cuando su endeble tallo apenas podía sostener sus pálidas y roídas hojas, escuchaba sonidos tras él. Era una especie de llanto, algo como un lamento. Siempre pensó que eran imaginaciones suyas. 


Una noche descubrió la verdad. Algo le hizo girarse y descubrió algo que le dejó asombrado. Detrás de él crecía el girasol más bonito que había visto en su vida. Pudo ver que llevaba tiempo llorando lágrimas en forma de semillas, que llenaban el sueño tras él. Había estado sufriendo por su decadencia, verdaderamente había alguien para él, aunque no hubiera podido verle hasta ahora. Pudo ver en sus sonrojadas hojas ahora que entablaban contacto visual que estaba enamorado de él, y a saber cuánto tiempo llevaría amándole sin él saberlo. Se sintió el ser más feliz del universo.


Y siguió sintiéndose así, pese a todo. Pese al viento que les zarandeaba con furia. Pese al intenso calor que iba en aumento. Pese a la razón por la que había podido girarse en mitad de la noche. Pese a que las llamas se acercaban voraces consumiendo uno tras otro a sus compañeros. Cuando les llegó el turno, no pudo ser más feliz. Juntos, por siempre, entrelazados en forma de cenizas, surcaron el cielo en busca de su ansiada libertad.


domingo, 26 de junio de 2016

Baldosas Amarillas (MásVeinticuatro)

Acabo de comenzar en un camino del que no puedo salir. Está pavimentado de baldosas amarillas, casi doradas. Me duele, todo, pero empiezo a andar. Poco a poco me voy dando cuenta de que no estoy solo, hay más gente aquí, más hombres, y alguna que otra mujer. Todos compartimos algo: la tristeza en nuestro rostro. La certeza de saber lo que encontraremos al final. Una preciosa ciudad esmeralda, un final donde encontrar la paz. Pero hasta llegar allí, cada paso es una tortura. No merezco esto, ninguno de lo que estamos aquí lo merecemos. Espera, ¿qué es eso que se oye a lo lejos? Según me voy acercando descubro que son monos alados, que despiadados nos gritan a los que por el camino pasamos. Nos humillan, nos degradan, nos insultan. Su intolerancia es tal, que algunos deciden dejar de andar. Y cuando lo hacen, cuando llevan demasiado tiempo sobre las losas amarillas, estas se desprenden y caen al vacío. Almas perdidas que nunca alcanzarán el descanso eterno. Con lágrimas en los ojos, veo el hueco que ha dejado un chico, tan joven, a mi lado. A duras penas puedo soportar los gritos, pero consigo sobreponerme. 

Ya puedo ver a lo lejos la ciudad, aunque queda un buen trecho aún. Entonces sucede. Justo detrás mía, aparece. Él, el amor de mi vida, está condenado conmigo. No puedo soportarlo. No, él no. Es la persona más buena que conozco, lo daría todo por él. Pero no puedo hacer nada, sin quererlo le he arrastrado conmigo al camino. Me siento tan culpable... No debería haber estado con él. No debí haberle besado, haberle amado, haberme casado con él, haberle prometido una vida juntos. Si no lo hubiera hecho, quizás él no estaría aquí. Cuando se acerca a mí y me abraza, no puedo contener las lágrimas. "Estamos en esto juntos, ¿recuerdas? juntos para siempre", me susurra al oído. Tengo la fortuna de estar enamorado de la persona más maravillosa del mundo, y la he condenado a la perdición. Él menos que nadie merece este sendero se sufrimiento y decadencia. La mayoría no llegan a la ciudad, caen antes, rendidos de dolor y desesperanza. No sé si yo lo lograré, pero haré cuanto esté en mi mano por que él lo consiga. 

Agarrados, avanzamos lentamente pero sin pausa. El dolor y el entumecimiento va haciendo mella en mis músculos. Me duele cada hueso y cada articulación, pero no me doy por vencido. No ahora, que queda poco. La ciudad está cerca, el brillo color esperanza fulgura en la distancia. Apenas un kilómetro nos separa de la felicidad, podemos lograrlo. O eso creía. A apenas unos metros de la entrada, un fuerte dolor me empieza a oprimir el pecho. No puedo respirar, una sensación de angustia recorre todo mi cuerpo. Él se da cuenta, y me sostiene en sus brazos. "Vé, corre", apenas puedo balbucear. Entonces vi el rostro de la bondad. Me miró, con los ojos cristalinos y una liviana sonrisa, y me dijo: "No quiero estar en ninguna ciudad en la que no estés tú. Vamos, túmbate". No podía dejar de llorar, y entrecortadamente le dije: "No lo hagas, vet-", me cortó posando un dedo sobre la boca y me pidió: "cállate y bésame". 

Ambos tumbados, el uno junto al otro, en perfecta armonía, nos besamos. Sentí como el suelo se empezaba a desmoronar, a pedazos, bajo nuestro cuerpo. Al principio tuve miedo de la caída, pero abrí los ojos, y al verle delante de mí, todo eso se esfumó. Había valido la pena, cerré los ojos y sentí sus cálidos labios mientras descendíamos a una velocidad de vértigo hacia la nada. Dos hombres enamorados, con una vida por delante, con tantas experiencias por vivir, arruinadas por aquel camino de baldosas amarillas, al que algunos llaman sida.



domingo, 12 de junio de 2016

Poder y Control (MásVeinticuatro)

La casa está despierta. Las sombras atraviesan los umbrales, sigilosas. Las voces susurran tras las paredes, nerviosas, incesantes. La madera cruje, como si alguien avanzara por el pasillo, lentamente, paso a paso. Todas las estancias están oscuras, las tinieblas son perpetuas. Al ambiente está cargado, el olor a cerrado, el olor a soledad, a abandono, lo inunda todo. Apenas puedo moverme, tengo cada músculo de mi cuerpo agarrotado. Debo ser cautelosa, no pueden descubrirme.

Aquí fuimos felices una vez, tú y yo. Hace años, juntos llenábamos de luz y alegría aquello a lo que llamábamos hogar. No me daba cuenta de cómo me ibas consumiendo, día a día. Me limitabas, cortabas mis alas y desechabas mis ilusiones. Yo me aferraba a mi último anhelo, quererte. Era todo lo que hacía, amarte en cuerpo y alma. Lo habría dado todo por ti si me lo hubieras pedido. Te permití tantos caprichos, siempre estuve a tu disposición. Mientras segabas mis sueños, yo te ayudaba a realizar los tuyos. No era más que un objeto para ti, nunca me viste como un fin en mi misma. 

Cuán estúpida fui. Ahora lo veo claro, no tenías derecho a tratarme así. Me he familiarizado con las voces que viven en mi cabeza. He comprendido que solo buscan mi bien, y siempre han tenido razón, en cuanto a todo. El día que no pude más, ellas tomaron el control. Lo único que nunca había deseado en mi vida, era lo que más necesitaba: poder y control. Poder sobre mis decisiones, control sobre mi vida. Eras hermoso, pero no eras ni de lejos una obra de arte. Creías que me tenías dominada, pero te hice caer. La noche que acabé con tu vida, la noche que empecé la mía. Pero los efectos secundarios fueron considerables: algo escapó de mi interior. Los demonios que quedaron en mi cabeza me han prometido que si hablo de ellos, sobreviviré a mi propia muerte. O quizás lo harán ellos. Les he oído cuchichear, decir que cuando yo muera por fin serán libres. Pero no pienso permitirlo. Ahora que he conseguido mi ansiada libertad no pienso darme por vencida. Pero no puedo escapar, la casa me tiene atrapada. Los que pudieron huir canalizados en mi ira, en mi maldad, ahora se ciernen sobre mi, y no me permitirán salir de aquí, no tan fácilmente. 

Es mi oportunidad, el pasillo parece en silencio, deben estar en el piso de arriba. Corro lo más rápido que puedo, a la desesperada, con la adrenalina latiendo en mis sienes. Unos últimos metros. Casi puedo sentir la liberación en mi cuerpo. Pero, algo va mal. El suelo se quiebra bajo mis pies. Una caída de varios metros, estoy tirada en el frío suelo de piedra del sótano. Todo lo que alcanzo a ver es el agujero que se cierne sobre mi. ¿Cómo iba a saber que las termitas habrían consumido el suelo? ¿Tanto tiempo había pasado? Seguro que habían sido ellas, las voces. Me la han jugado. Giro la cabeza para ver lo que a mi derecha está apareciendo, un reguero de sangre que brota de mi cabeza. No siento dolor, no siento nada. La vista se me apaga por momentos. Lo único que puedo hacer es escuchar, escuchar cómo se ríen de mí, cómo han logrado vencerme, sus carcajadas triunfales. ¿Quién tiene el control?

domingo, 29 de mayo de 2016

Julia (MásVeinticuatro)

Fuimos arte. Fuimos todo lo que quisimos ser, todo lo que deseamos, todo lo que añoramos, todo lo que soñamos. Una llama enorme que cubrió el firmamento e iluminó el universo, por un instante. Una combustión espontánea, una química explosiva, un deseo inflamable. Lo fuimos todo, y a la vez nada. Nunca signifiqué nada en tu vida. Nunca me consideraste más que un amigo. Un amigo con el que te saludas con un beso en la boca, un amigo al que deseas con toda tu alma, un amigo que te hace arder las entrañas de pasión con una mirada. Te deseo tanto, aún hoy, que me duele al pensarlo. Estoy relleno de cenizas, de los restos de tu amor. Me disparaste con tus labios a quemarropa, y te desentendiste de mi inerte ser. Huiste, despacio y sutilmente. Te fuiste, y me abandonaste a la desidia y al olvido. Yo mismo me curé los hematomas, me lamí las heridas y aprendí a recomponer mi interior. Hice lo que pude, aunque no fue gran cosa. 

Admito que volvería. Volvería a amar, a besar, a sentir, a vivir, a gozar, a llorar, a sufrir y a volver a empezar. Mientras tú me has olvidado, yo sigo esperándote. Con la ilusión con la que un niño espera sus regalos de navidad, con la esperanza de un enfermo terminal, así te espero yo. En el fondo no soy tan diferente de ellos: soy una figura inocente y frágil que espera la llegada de un futuro tan incierto como veraz, como inminente, como inevitable. Sé que no vas a volver, no como yo quiero que lo hagas. No volverás a brindarme la llave de tu corazón. La tuve, pero cambiaste la cerradura y arrojaste la original al fondo de un pozo, al que por otra parte, saltaría aún sabiendo que no volveré a salir. 

Voy a recomponer mis entrañas y buscar a alguien que me merezca. Alguien que se preocupe por mí, que lo dé todo por mí. Que me quiera más que a sí mismo, millones de veces más de lo que tú lo harás jamás. Que me brinde la posibilidad de ser feliz. Que me dé una familia, un proyecto de presente y futuro. Que sea perfecto en todos los aspectos. En todos menos uno. Que no serás tú. Y volverás a mí, como el asesino que vuelve a la escena del crimen, y pretenderás que vuelva a caer por ti, que renuncie a mi vida de ensueño. Y créeme cuando te digo, que si así me lo pides, lo haré.

martes, 17 de mayo de 2016

Soy una ruina (MásVeinticuatro)

Sabía que esto acabaría pasando, pero aún así me arriesgué. Quizás fue egoísta por mi parte, pero no te obligué a hacer nada que no quisieras. Fuimos unos prófugos del amor, huyendo de todo y todos, viviendo nuestra pasión en secreto. Fuimos libres, fuimos puros. Dejamos que el corazón dominara nuestro juicio, y abrazamos la locura. Lo significas todo para mí, y no te dejaré ir. Ahora eres mío, me perteneces, tú y todo lo que implicas. Sé que estoy jugando con tu corazón, y que podría hacerlo mejor. El amor es una batalla sencilla, conozco cada movimiento a la perfección, muevo los hilos a mi conveniencia. Sé que no es justo ni es lo correcto, pero es todo lo que puedo ofrecer. Es difícil decir adiós, y muy fácil vivir la vida del amante fugaz.

Acabaron encontrando las pruebas, tus huellas sobre mi cuerpo. Era demasiado tarde para correr, estabas atrapado. Nunca seré libre, no está en mi naturaleza. Tengo un compromiso de por vida del que no puedo huir, ni tampoco quiero. Al final del día, necesito volver a ello, forma parte de mi. Soy la perfecta encarnación de la toxicidad. Destruyo todo lo que toco, tarde o temprano. Soy el antítesis de Midas, soy el oro que todo lo arruina. He asumido mi destino, y solo me queda disfrutar de ello dentro de los límites que me establezco, y al instante sobrepaso. Hay algo dentro de mi que me susurra, que condiciona mi vida. Me siento como una nueva persona (pero cometeré los mismos viejos errores). Tomo nuevos caminos (pero no sabré cuando he ido demasiado lejos). Cambiaré de vida (pero no será lo correcto). 

Todo tiene sus consecuencias, y hoy te veo, consumido, tan solo polvo fruto de la combustión. Mi dueña ha acabado contigo. Mi dueña soy yo misma. No eres como yo, no eres capaz de renacer de entre las cenizas y volver a empezar. Me duele verte así, pero no puedo hacer nada. Es ley de vida. Pronto encontraré a alguien como tú, y todo volverá a empezar. diferente chico, pero la misma historia. Cuando tú intentabas construir una vida conmigo, yo construí una vida para tres. Una multitud, a tu parecer. Eres incapaz de mostrar lo roto que tienes el corazón, ahora que he acabado contigo. Te lo advertí: Voy a arruinarte la vida si me dejas quedarme.

domingo, 1 de mayo de 2016

Lecciones de Papá (MásVeinticuatro)

Llegué a este mundo siendo la niña de papá. Sus ojos al mirarme denotaban lo mucho que me adoraba. Siempre volvía lo antes posible del trabajo, y pese a estar exhausto, me llevaba de paseo. Recuerdo nuestras interminables charlas, cómo no paraba de preguntarle por todo, quería ver el mundo a través de sus ojos. Siempre le tuve una admiración enorme. Me enseñó a bailar, me sostuvo la mano cuando me caí, siempre estuvo ahí para mí. Cuando fui algo más mayor, me llevaba en su moto, me enseñó a jugar al blackjack, y siempre repetíamos la misma rutina cada sábado: él se sentaba en el sofá, y yo le preparaba su té preferido, con algo de whisky. Entonces empezaba la lección. Me aconsejó sobre tantas y tantas cosas útiles en la vida, que pese a parecer imposible poder recordar todas, aún lo hago y lo tengo presente cada día de mi vida. Mi padre hizo una soldado de mí. Tenía que ser una chica dura, no debía permitir que me tomaran el pelo. Él no era tonto, y me advirtió sobre hombres como él, y cómo tenía que evitarlos, solo jugarían conmigo y me harían daño, tal y como hizo él en su juventud. 

Siempre acababa diciéndome que el día que él faltara, cuidará de mi madre y vigilara a mi hermana, que fuera una mujer fuerte. Yo siempre se lo prometía, pero veía tan lejos ese día, que cuando llegó me pilló por sorpresa. Cuando me lo dijeron bajé la cabeza, cerré los ojos, y pude verle, con la cabeza alta, su rifle en la mano derecha y jurando sobre la biblia, diciéndome que no llorara, que él siempre estaría conmigo. Casi podía sentir cómo me abrazaba, y no derramé ni una sola lágrima, sería como él me enseñó.

Cuando los problemas llegaron a la ciudad, años después, supe cómo actuar. Me enseñó a pelear, aunque no siempre estuviera bien, pero me decía que era por mi seguridad, para que nadie pudiera abusar nunca de mí. Una noche, en mi club favorito, un musculoso hombre se me acercó y empezó a bailar conmigo, a acercarse cada vez más, hasta que fue demasiado. Le dije que se fuera, que no quería nada con él. Siguió insistiendo un buen rato, hasta que se me quitaron las ganas de estar allí y decidí volverme a casa. Cuando me di cuenta de que me estaba siguiendo era demasiado tarde, estábamos en una zona algo oscura y totalmente solitaria, solos los dos. Gritar no me habría servido de nada, la música del local estaba muy alta como para que nadie de allí pudiera escucharme. Se acercó a mí, me agarró de la cintura y me atrajo hacia él. Intenté zafarme, pero era mucho más fuerte que yo. No pretendía acabar con su vida, sé que no está bien, no puedo sacármelo de la cabeza. La situación se había vuelto muy complicada, y no vi otra salida. Sabía lo que debía hacer. Mi padre me dijo que disparara.

domingo, 24 de abril de 2016

Closed Minds Issues

I grew up just like everyone else around me. I've always been really happy. I had my friends, I played with them in the streets, we were all very close to each other. Then, when I grew up, I used to spend many time alone at home. My both parents worked the whole afternoon, so I just did my homework and watch tv. One day, I found one of my mother's magazine, and I started to pay attention to the faces of the women who appeared there. The way the makeup made them look amazing made me feel like I could be as pretty as them. So I started wearing it in my loneliness. I felt so gorgeous, so special, so complete.

Usually, when my parents came back in the night I had already had my bath and the makeup was cleaned from my face. But one day, my father came sooner than expected and he caught me dancing in front of the mirror wearing my makeup. He got angry, he made me take it off, but most of all, me made me feel guilty, confused, horrible. He made me feel like I was weird. He said I wasn't supposed to do that, to like that. But I do, I'm like that, am I wrong? Is there a fault on me? Am I not supposed to be like that? 

When my mother came that night, he told her everything, and he got even angrier when she didn't agree with him. They argued all night, shouting terrible things I wish I'd never heard. I was in my room, in my bed, I couldn't stop crying. Late night she came and hug me, she said: "everything will be okay, you're perfect the way you are, never forget that. we'll leave tomorrow, don't worry about anything my love. you're the most important thing in my life, I love you so much". I whispered I loved her too, and as looked up to see her face, I realized her eye was purple, and I got scared. But she covered my eyes with her cold hands and whispered me the song she created for me when I was very little. 

When I waked up, my mother wasn't there, and not even my father. I stayed in bed for a few hours, I hadn't the strength to wake up. Then my grandparents came and took me to their home. They said that my both parents were missing, and I knew my grandpas were broken inside because they feared the worst. I was really scared too, I started to imagine a life without my mom, the closest person to me, the only one that knows my fears and how to make me forget them, the only one that stays with me no matter what happens, the only one that loves me unconditionally. 

A month after that, as I was in my room as usual, someone phoned. I used to spend the most of the day alone, reading or listening to sad music, trying to fill the gap in my inner. I didn't pay attention at first, but when I realized my grandma was crying, the first thing that came to my find was that they've found my mother's dead body. Instantly I felt guilty for thinking that, so I waited to my grandma hanging up the phone. She needed a few seconds to recover her voice before telling me what we're going on. "They've found your father, he's arrested for hitting your mother", she said. She cried because she felt safer then. I couldn't avoid feeling reassured, one of the reasons I didn't went much out was because I feared seeing him. 

In the middle of that night, someone started trying to open the house' front door. I was totally frightened, what if my father escaped and came for me? But as the door opened I couldn't believe my eyes. My mom was back! I cried like never before, I felt the luckiest person alive. It turned that my mother was hidden in a friend of her's house, but she didn't contact me because she was afraid of my father finding me, so we both suffered the same. I was so happy about having her back. We got even closer than before, and we've never separated again from each other more than usual. My mom taught me how to wear my makeup well, despite the insignificant detail that I'm a boy.

domingo, 17 de abril de 2016

Bonitas Mentiras (MásVeinticuatro)

Cubre mis ojos con tus manos, finge que todo está bien. Apaga las luces, no hay más sorpresas por venir. Estoy paralizada. Quiero vivir para siempre, como el humo en el aire, como una pluma que vuela en el aire sin destino, perdida en el silencio. Por favor, sigue susurrándome bonitas mentiras.

Alguien me dijo que ya habrá muchas otras manos que sostener. No elegí depender de ti. No quiero que esto te destroce, pero no tengo a nadie más con quién contar. No sé si lo eres todo para mí, y no sé si puedo darte lo que necesitas. No quiero descubrir al final que no tengo nada, así que ¿podemos simplemente fingir que no estamos cayendo en el profundo final?

El amor no debería costar nada, y sin embargo ahora estoy pagado por todo, fingiendo que todo está bien. No hay forma de salvarnos, mira en lo que nos hemos convertido, corazones vacíos. Después de todo lo que hemos dicho y hecho, solo me queda pedirte que acabes con esto, mata el amor que está muriendo.

Dime qué se supone que debía pensar, cuando me abrazabas tan fuerte que apenas podía respirar. Dime que está todo en mi cabeza, pero recuerdo cuando me decías "nunca te dejaré ir" y me abrazabas en la oscuridad mientras poco a poco te llevabas mi corazón. Dime que soy libre de irme, pero sabías que estaba perdida en ti.

Esto no puede ser amor si duele tanto, necesito dejarlo ir. Sobreviviré y seré la fuerte. No te pediré que te quedes. Seguiré adelante y deberías saber que lo digo en serio, siento como caballos salvajes corren por mis venas. No me daré por vencida, iré hacia un lugar mejor.

Había sombras en mis sueños, así que construí una armada que me protege mientras duermo. Sabes que aún no he terminado con esto, queda una pelea pendiente en mi interior. No vayas diciendo que eres el vencedor, aún no estoy fuera. Y lo agridulce de cada pérdida es que soy más fuerte que antes, e incluso de rodillas, estoy convencida de que estas alas rotas despegarán. Mi silueta es todo lo que queda de un corazón roto, dejaré que todos mis arrepentimientos se hundan como restos de barcos en el oscuro mar.

lunes, 4 de abril de 2016

Lo que nunca te dije (MásVeinticuatro)

La primera vez que te vi no podría haber imaginado lo especial que acabarías siendo para mí. Con tu orgullosa cabeza rapada y tus ojos llenos de energía y decisión. Por aquel entonces yo acababa de ser diagnosticado, pero tú llevabas viviendo con ello desde pequeño. Habías aprendido a ser fuerte, a sobreponerte a todo. Quién me iba a decir que acabarías fijándote en alguien como yo, incapaz de quitarme el gorro delante de nadie. Excepto cuando estábamos los dos a solas. Hablar contigo me llenaba de entusiasmo, de ganas de seguir adelante, todo tenía sentido y valía la pena. Nunca te lo dije, soy muy reservado con mis sentimientos, pero estoy enamorado de ti. Más de lo que lo he estado nunca en mi vida. Y esta es la única manera que se me ocurre de demostrarte que me importas más que nada en el mundo, incluso más que mi propia felicidad.

Te dije que me dejaras ir. Que no quería que fueras un héroe por mi. Que también me merecía conocer a otra gente, ampliar mi mundo. Que no me bastaba contigo. Que me había cansado de ti. Que todos tus besos, tus caricias, tu apoyo, no significaba nada para mí. Te dije que te fueras. 

Aquellas mentiras tuvieron el efecto que esperaba, te fuiste. No podía permitir que renunciases a un futuro por mí. Ahora estarás en alguna clínica de Estados Unidos recibiendo el mejor tratamiento que existe hasta el momento, el que te va a dar la oportunidad de tener una vida mucho más larga y plena. Una vida que no voy a poder compartir. Mis médicos me aseguraron que el avanzado estado de mi leucemia me impediría realizar un vuelo tan largo. Nada me hubiera gustado más que estar a tu lado cuando te recuperaras y pudieras vivir sin tener que volver a preocuparte por tus medicinas o la quimio. Te deseo lo mejor en esta nueva vida que comienzas, espero que seas tan feliz como yo lo he sido teniéndote a mi lado. Mis padres llevan varios días quedándose ambos a dormir aquí, y sé lo que ello significa, me queda poco tiempo. 

Seguro que pronto conocerás a alguien, alguien que te ayude a realizar todos tus sueños, que te de todo lo que necesites. Encontrarás a alguien como yo, que te ame con toda su alma. Solo espero que no me olvides, que en algún rincón de tu memoria guardes mi recuerdo, el de tantos días felices que pasamos juntos, yo los recuerdo todos. Cada uno de ellos, cada minuto contigo, cada palabra, cada beso. 

Tal vez nunca sepas todo esto, ni tampoco lo espero. Es mi decisión, he elegido que seas feliz aunque ello suponga abandonar este mundo sin ti dándome la mano y asegurándome que todo va a salir bien, que pronto nos iremos juntos muy lejos. 

Siempre estaré a tu lado, aunque no puedas verme. Vive tu vida por los dos.


miércoles, 30 de marzo de 2016

Rebeka, una venganza.

Toda mi vida he estado muy acomplejada con mi cuerpo. Siempre he estado regordita, pero nunca me había importado. No hasta el instituto. Allí o cumplías el canon que habían impuesto o eras automáticamente humillada, apartada, marginada. Me sentía atacada constantemente: sus insultos, sus miradas de asco y odio. Fue un infierno para mí. Cuando por fin estaba en último curso, deseosa de acabar y poder largarme de allí, la conocí. Yo era solitaria, no solía relacionarme con nadie del instituto, pero ella se acercó a mí en una hora del almuerzo. Era guapísima, rebosaba seguridad en sí misma. Nunca me había planteado que pudiera sentirme atraída por otras chicas, lo que Viktoria me hacía sentir era nuevo. El hecho de que alguien mostrara intención de estar conmigo, de saber de mí, me dio la vida. Éramos inseparables, sentía que podía confiar en ella. La contaba todo, mis problemas, mis preocupes, mis deseos. Pero mi deseo más intenso era besarla. Lo ansiaba con todas mis fuerzas. 

Podría pasarme el día mirándola, que no me habría cansado ni en toda la eternidad. Una noche que se quedó a dormir en mi casa para ver películas, al fin sucedió. Mientras de fondo se escuchaban los irrelevantes diálogos de los personajes, ella me miró fijamente y dijo: "Adoro tus ojos. Son tan... profundos. Casi puedo sentir cómo se me clavan. Son mi nuevo color preferido. Adoro también tu interminable melena rubia... Lo adoro todo el ti. Quisiera ser como tú". Vaya bobada, pensé. Nadie en su sano juicio querría ser como yo, pondría mi mano en el fuego por ello. Pero la forma que dibujaron sus labios al pronunciar aquellas palabras me dieron el empujón que necesitaba, y la besé. Me aparté después, temiendo que se enfadara por haber confundido nuestra amistad, pero en su lugar, pasó su mano por debajo de mi pelo, y, agarrándome del cuello, me acercó de nuevo a su boca. Estuvimos cerca de dos horas sin parar de besarnos, aunque se me hicieron cortas. El tiempo pasaba volando a su lado. La ilusión hizo que me quedara prendada de ella. Solíamos quedar casi todas las tardes para estudiar juntas. Era casi obsesiva mi necesidad de ella, quizás fuera porque era la primera persona en mostrarme afecto y en quererme tal y como era. Empecé a verme mejor, a no sentirme tan asqueada por mi propio cuerpo. Al fin todo parecía irme bien.

El día de la graduación, decidí pedirla salir, quería que el mundo supiera que estábamos juntas y éramos felices. Ella, como delegada de su clase, finalizó el discurso. Solo podía pensar en que acabara ya para poder verla a solas y hacerle la deseada proposición. Pero algo se torció, no podía creer lo que estaba oyendo cuando Viktoria empezó a hablar de mí delante de todo el instituto: "Quería agradecer por último a alguien que ha sido de inestimable ayuda, sin la cual no habría aprobado este curso. Gracias a Rebeka la morsa por dejarme tus apuntes y explicarme lo que no entendía, ha sido genial estar contigo pero no quiero pasar más días con el miedo a que me comas, hasta siempre". Salí corriendo de allí, con los ojos empapados y un dolor inmenso en mi interior. Me quería morir. Las risas de todo el instituto resonaban en mi cabeza como un eco infernal. Me encerré en mi habitación durante semanas. Hasta que el dolor y la tristeza dejaron paso, poco a poco, al enfado y la ira. Ideé una venganza, una forma de hacerle pagar a esa hiena todo lo que me había hecho sufrir. Tenía tiempo, ahora me iba del pueblo y podría ponerme en forma mientras estudiaba mi carrera. Y en unos años volvería, la seduciría, y cuando se hubiera enamorado de mí, la rompería el corazón como ella me había hecho. No podía esperar a ver su cara. Un nuevo fuego latía en mi interior, un nuevo incentivo de vida me motivaba. Ese fue el día que comenzó mi jugada maestra. 

Hoy, con mi recién cortada media melena y mi vestido preferido, que me hace un cuerpo de escándalo, vuelvo al pueblo a reencontrarme con una vieja amiga. La verbena comienza mañana. Estoy dispuesta a jugar mis cartas y no aceptaré una derrota. Prepárate Viktoria.


Viktoria, hasta siempre.

Madrugué aquel domingo para preparar el desayuno y llevárselo a quien consideraba el amor de mi vida a la cama. Puse toda mi ilusión y cariño en aquella bandeja, junto con dulces, zumo de naranja recién exprimido y café humeante. Subí las escaleras que llevaban a los dormitorios intentando hacer el menor ruido posible, pero cuando entré en la habitación, y para mi sorpresa, ella ya estaba en pie. Se había vestido y arreglado, se encontraba dándose los últimos retoques de maquillaje. "Te había hecho el desayuno...", empecé a decir, pero la mujer que tenía enfrente rompió en carcajadas. "Eres tan patética... ¿De verdad te crees que estoy enamorada de ti? Ni muerta, querida. Jamás sería capaz de enamorarme de una arpía mentirosa y manipuladora como tú. Apuesto a que ya no me recuerdas... ¿Verdad que no?", volvió a prorrumpir en una desquiciada risa.

Entonces lo recordé todo. Claro que sabía quién era, el por qué me resultaba familiar. Había visto esos ojos antes, y ahora recordaba dónde. En el instante en el que todo se volvió claro en mis recuerdos, se enturbió en mi pecho. Las piernas me temblaron y la bandeja cayó de mis manos y estalló en mil pedazos a mis pies, junto a mi corazón. Me costaba respirar, en mi cabeza se agolpaban sentimientos contradictorios que no era capaz de ordenar. "Alguien tenía que darte tu merecido. Hasta siempre Viktoria", dijo la mujer que con paso firme y aires de clara satisfacción se alejó escaleras abajo con una mueca de éxito en su rostro. No podía más, tenía las extremidades inferiores entumecidas. Me dejé caer al suelo de rodillas, clavándome añicos que cristal, pero no me importaba. Cuando escuché a lo lejos la puerta que daba al exterior cerrarse, un intenso picor bajo mis ojos dio paso a las lágrimas más sinceras que había profesado en mi vida. Cuando me consiguí recomponer, recogí la habitación, y con una escoba barrí lo que en el suelo yacía: los fragmentos de cerámica y de mi corazón. Solo era capaz de sentir vacío, el vacío más profundo. Siempre me había sentido así, pero ahora era diferente, era como si la hubieran amputado una parte de mi interior. Estaba sola, completamente sola y al fin lo comprendía. Esto era lo que yo había estado sembrando todos estos años. Nunca habría imaginado que yo misma acabaría sintiéndome así. 

Era insoportable. Tenía la necesidad de meterme en la cama y no salir jamás, pero también sentía el deseo de huir. De huir lejos, de correr lo más deprisa que me permitieran mis piernas y abandonar el pueblo, el país, el mundo. Ir donde nadie más había estado, un lugar en el que la soledad no fuera algo negativo, si no el bien más preciado. Me sentía extraña entre mi gente, siempre con la mirada ausente. Estaba a la deriva, abandonada y en brazos de la desesperación, al abrigo de otra lucidez. Intenté achicar penas para continuar navegando, pero no lo conseguí. Me vio atrapada, me vine abajo. Languidecía, perdida en un camino de ansiedades del que no sabía salir. Un día, simplemente desaparecé. Recorriendo aceras dicen que me vieron, ajustando el paso a los demás. Intentando cualquier cosa por dinero, malvivía como podía. Estrellas negras vieron por mis venas, pero nadie quiso preguntar. Esa madrugada, naufragué. Tenía el mar del miedo en la mirada, las ropas empapadas, el suelo por almohada y la imagen de Rebeka en mente. Y lentamente amaneció.

martes, 29 de marzo de 2016

Viktoria, una pasión.

Volvía a mi casa una tarde de otoño cuando la vi. A lo lejos, en la parada de bus, una tímida muchacha esperaba sentada mientras la lluvia barría todo a su alrededor. Me llamó la atención, pero solo durante unos segundos, después continué mi camino. No era del lugar, eso lo tenía claro, recordaría haberla visto. No fue hasta una semana después cuando volví a cruzarme con ella, en el mercado. Sus grises ojos me traspasaron como espadas, una sensación mínimamente familiar que me produjo una notable excitación. Intenté disimular lo acelerado de los latidos de mi corazón. No pude sacármela la de la cabeza, y lo peor es que me resultaba extrañamente familiar, debía de ser la prima o pariente lejana de alguna de mis víctimas. Cuando mi mente tenía un segundo de liberación, ella aparecía a llenar ese hueco. Se paseaba por mi cabeza con su media melena rubia y sus ojos, aquellos terribles ojos.

Una noche de verbena, en la que iba como siempre que tenía ocasión, enfundada en mi ceñido vestido negro, volvía sola por la larga calle que baja hasta mi casa. Ahí estaba, en una calle perpendicular, sentada en un banco, fumando un cigarro, sola. Quizás fueron las dos copas que corrían por mis venas las que me hicieron obviar la apresurada aceleración de mis latidos al acercarme a ella, y me hicieron sentarme a su lado con total normalidad. Iniciamos una conversación trivial: las fiestas, la noche, la temperatura... Hasta que no pude más, y, rindiéndome a sus pupilas clavadas en las mías, la besé. Era la primera vez en mi vida que era yo la que daba el primer paso, pero no pude evitarlo. Una corriente de sentimientos inundaron mi interior. ¿Así que así era cómo se supone que se siente uno al besar? ¿Por qué no lo había sentido con nadie hasta ahora? Todas estas dudas quedaron sepultadas por la necesidad de más, de amar a aquella mujer hasta estallar en placer. La tomé de la mano y la llevé a mi casa, a mi habitación, a mi cama, bajo mis sábanas. Fue con diferencia la mejor noche de mi vida, no podía creer lo que estaba haciendo, lo que estaba viviendo. ¿Había encontrado el amor? ¿Realmente existía? Seguía sin dar credibilidad a la situación, pero no me importaba lo más mínimo, era feliz. Podía proclamar a los cuatro vientos que era feliz. Nada volvería a ser como antes.

La vida me sonreía, no podía ser más dulce el momento. Sentía que era la persona para la que había estado guardando todas mis primaveras. Pero como todo lo bueno, acabó antes de lo que habría querido. Dos meses después de aquella noche, cuando sin dudarlo habría puesto la mano en el fuego por que estaba enamorada, algo sucedió. La tragedia se cernía sobre mi vida, y no era capaz de imaginar hasta qué punto. Mi vida estaba a punto de sufrir un giro que lo cambiaría todo.



domingo, 20 de marzo de 2016

El Chico Roto (MásVeinticuatro)

Esta es la historia de un chico roto. No es una historia de amor, debéis saberlo. Este chico se llamaba Mott, y tuvo una feliz infancia que le convirtió en un receptivo joven que buscaba el amor. Y creyó encontrarlo, cuando conoció a Remmus. Era guapo, alto, fuerte. No podría haber imaginado un chico más perfecto, y rápidamente se enamoró de él. Pero Remmus nunca se enamoró de él, tan solo fingió quererle durante un tiempo, apropiándose de su inocencia, de su virginidad y de sus sueños. Cuando se cansó, simplemente se fue. Y ahí quedó Mott, con el alma en mil pedazos, las esperanzas destrozadas, y un acuchillado corazón que seguía latiendo por su asesino. 


Le costó mucho tiempo recobrarse de aquello, de hecho nunca volvió a ser el mismo. Ese brillo en su mirada, se había apagado. Sentía que nunca volvería a amar, que nunca sería amado, que el amor no estaba hecho para él, que no merecía ser correspondido. Empezó a distanciarse más y más de sí mismo. Todas las noches tenía el mismo sueño: estaba sentado en un andén, esperando al tren. El tiempo pasaba y nadie llegaba a su andén, pero sí algunas personas al andén de enfrente. El tiempo seguía pasando, y un tren se aproximaba, pero no era el suyo. Al abandonar este la estación, ambos andenes estaban de nuevo vacíos, y él seguía solo. Era una sensación de desolación y desamparo tal, que llegado un punto del sueño, siempre sentía el mismo impulso: intentar cruzar al otro lado. Pero el resultado se repetía idéntico cada vez: se precipitaba demasiado tarde y el tren le llevaba por delante. Acto seguido se despertaba empapado en sudor y con un nudo en su interior tan intenso que solo podía pensar en él, y cuanto más lo pensaba más le dolía.


La casualidad quiso traer a Tumn a su vida una mañana de domingo, cuando salió al parque a sacar a su perro para que corriera un rato. Se sentó en un banco, como solía hacer, a pensar en sus cosas. Pero esta vez un muchacho se sentó a su lado, debía ser el dueño de la perrita con la que estaba jugando el suyo. Escuchó un "Hola", muy tímido, casi susurrado. Se giró y pudo ver cómo se sonrojaba al tiempo. "Hola, ¿Eres de por aquí? Nunca te había visto", dijo Mott. Empezaron a hablar y rápidamente congeniaron. Cuando se hizo tarde y se despidieron no se intercambiaron los números, pero el domingo siguiente volvieron los dos, a la misma hora. Tumn le recordaba a como era antes de conocer a Remmus, y le daba miedo. Le daba miedo hacerle sufrir como él lo hizo, le daba miedo volver a sentir algo, le daba miedo el amor. Pero pese a que rechazaba avanzar con aquello, seguía volviendo cada domingo a pasar la mañana con él, para luego pasar el resto de la semana pensando cómo sería su vida juntos, todo lo que podrían hacer, todo lo que podrían ser. Más esto no salía de su imaginación, era incapaz de sacarlo de ahí. Remmus por su parte no podía hacer nada, no sabía qué hacer, nunca había tenido que enfrentarse a una situación similar, y no tenía el valor ni la seguridad suficientes para dar el paso por sí mismo. Esta es la historia de un chico roto que se enamoró de otro que no tenía ni idea de coser.


lunes, 7 de marzo de 2016

Hijo de la Luna

Érase una vez un chico enamorado. Le encantaba estar solo. Solía subirse al tejado de su casa por las noches a pensar, y muchas veces se quedaba dormido ahí mismo. Su mente divagaba a lo largo y ancho del universo, mientras su cuerpo reposaba en la tierra. Pensaba sobre lo que se estaría perdiendo, más allá del horizonte. Allí donde nadie había estado nunca. Deseaba una vida distinta.

Una noche, alguien se acercó a él. Escuchó un ligero sonido y sobresaltado giró la cabeza. Una sombra de aproximó lentamente al joven. Era un muchacho pálido como la cal, con los ojos verde aceituna. No se presentó, simplemente se sentó a su lado, y hundió la mirada en la noche estrellada. Al principio no pudo evitar prendarse de sus marcadas facciones, pero el pudor le pudo e imitó su actitud. Pensó de dónde habría salido, qué le habría llevado a estar ahí con él. No quería saberlo, se sentía feliz de tener a alguien a su lado, alguien al que pese a acabar de conocer, sentía que siempre había estado a su lado, solo que no se había dado cuenta. Inmerso en estas reflexiones estaba cuando sintió como la mano de su albino compañero se posaba sobre la suya. Un escalofrío de paz y serenidad recorrió su cuerpo. ¿Qué habría visto en él? ¿Por qué querría estar con él? Siempre había estado solo, o al menos así se sentía. Y había llegado a creer que así lo prefería, pero ahora que sabía lo que se sentía, dejó de ansiar la soledad. Una parte de él estaba harta de basar su vida en el miedo, el cielo por fin estaba despejado. Se sentía como si estuviera flotando, quería rozar las estrellas con la punta de sus dedos. 

Cuando la luz le llamó tras los párpados y abrió los ojos, no había nadie más allí. ¿Cuándo se habría ido? ¿Habría madrugado más que él? ¿Acaso se habría quedado a dormir? La angustia de no volver a verle le tuvo el alma encogida todo el día, hasta que al llegar la noche, volvió a subir al tejado e impaciente esperó a su amante. Lo deseó con tanta fuerza que apareció. Y así cada noche, volvía con él, a compartir sueños, esperanzas, deseos. Cada mañana, cuando abría los ojos, ya había desaparecido, pero en el fondo sentía que andaba cerca. Érase una vez un chico enamorado de la luna.

Nacimos así (MásVeinticuatro)

Hace mucho que me fui y no había vuelto a pasar por aquí hasta ahora, me pregunto qué habrá sido de ti. Nos enamoramos, pero nunca llegamos a formalizarlo, fue un romance pasajero, de verano. Aún así, sé que nunca te olvidaré, no había muchas chicas americanas por aquí. Si hubieses querido podríamos habernos fugado juntas, solas tú y yo. Recuerdo como corríamos, con la euforia en tus pupilas y la adrenalina en mi pecho. Era como seguir unicornios en una autopista hacia el amor. Cabalgando en caballos desbocados, almas libres quemando todo a su paso. Era como enamorarse de nuevo cada noche, como emborracharse hasta morir del dulce néctar de tus labios. Al poco conocí a aquella muchacha alemana, con la que tuve esporádicos encuentros. Me cautivó su seguridad, era como si estuviera en una misión especial, era una mujer tan fuerte, no le importaba mi condición,  no necesitaba permiso para besarme. Era capaz de mantenerse al pie del cañón sin ningún idiota a su lado, su autoestima era envidiable. Pero aquello acabó cuando lo descubriste y amenazaste con acabar con lo nuestro si no dejaba de verme con ella.

Desde pequeña he tenido clara mi identidad, y le preguntaba a mis padres por qué no podía ser quien yo era, ellos me decían que era mejor mantenerlo en secreto por el momento. Me cortaban el pelo prácticamente al raso, hasta que en la pubertad me rebelé. Me negué a cortármelo, y cuando tuve la larga cabellera que tanto ansiaba pude salir a la calle y gritar a todo el mundo lo que siempre había querido: que el mundo me quisiera tal y como soy. Ya había tenido sufuciente, no era un monstruo, era tan libre como mi pelo. Tan solo quería ser yo misma, sin avergonzarme. Era un rezo gritado desde la desesperación de mi alma. No estaba conforme con mi cuerpo, yo era una mujer. Pese a que no todo el mundo lo aceptó, no me importó, porque la liberación que sentí en mi interior fue inaudita. Entonces apareciste en mi vida, y aunque sé que no era fácil para ti, experimentamos juntas. Hoy queda todo tan lejos... Voy a beberme mis lagrimas esta noche, porque sé que me querías. Podríamos haberlo tenido todo si la sociedad no fuera tan cerrada. Podrías haber sido mía. Siempre fuimos chicas malas, y sobreviviremos como siempre hacemos. Así me hicieron mis padres, y así seguiré hasta el final. No olvidaré quién soy, no cambiaré jamás, digan lo que digan. Estoy orgullosa de lo que he logrado en mi vida. Al final de ese desmesurado verano, me mudé a Broadway a empezar una vida nueva en la escena neoyorkina, no había nada que me pudiese parar, estaba dispuesta a triunfar. Vestida en mis mejores galas, arrasé en los castings. Estaba hecha para ser una estrella internacional. Dejé salir a la reina que se escondía dentro de mí. Es un rodaje se me acercó un apuesto joven y me dijo "¿Hay alguna razón por la que no podamos cenar juntos esta noche?", y por supuesto contesté que no. Nuestra relación fue un ascenso vertical. Fue alcanzar el clímax en segundos. Estábamos al borde de la gloria, y estábamos juntos en ese segundo. Pero poco después descubrí lo que ocultaba en su interior. Le perdoné cuando su boca fue más rápido que su mente, incluso después de tres traiciones, habría lavado sus pies con mi pelo si hubiera sido necesario. No podría amarle de un modo más puro, pero nuestro amor era como un ladrillo y solo podía tener dos salidas: construir un hogar o hundir un cadáver. Y el resultado fue esto segundo. Me di cuenta de que me había enamorado de Judas, y decidí que lo mejor era desintoxicarme. Abandoné todo contacto con él y busqué nuevas compañías. Estuve con un amante del heavy metal que me compuso una canción sobre capillas en llamas, pero pronto me cansé de él. Ahí me di cuenta de que el amor es tan solo la historia que queda tras el dolor, que cuando te abandonan haces del amor perdido tu religión y te resignas a ser apedreado por ello. Y tan solo te queda bailar con las manos sobre la cabeza. Pero esta vez no moriré por ti, no crucificaré las cosas que haces, no lloraré por ti. Al fin y al cabo no somos arte que Michelangelo pueda esculpir, jamás podría retratar las facciones de nuestra furia interna.

Ahora que he vuelto, lo tengo claro, quiero estar conmigo. No voy a llorar más. Voy a dejar el pasado atrás. Ya no iré más a los bares que solía transitar para ahogar las penas. No seré más una perdedora. Cuando te vi, rodeada de chicas una noche. Yo nunca había sido el tipo de chica que se siente segura al comenzar una relación, pero cuando te veo siento algo en mis adentros que me dice que eres la indicada. Veo todas las señales del cielo, voy a ser la chica que ames. Quizás no seré el primero, pero voy a ser tu último beso, fui hecha para amarte. Sé que será duro, sé que puede ser complicado, pero nos tenemos la una a la otra. Escúchame cuando te digo esto, en toda la historia de la inseguridad, no pienso figurar yo malgastando mi juventud. Estoy en el camino correcto, no hay ninguna otra forma. Tan solo debemos amarnos entre y a nosotras mismas. Nacimos para sobrevivir y ser fuertes. Nacimos así.

lunes, 22 de febrero de 2016

Azul (MásVeinticuatro)

Juré que jamás perdería el control, y entonces me enamoré de un corazón que late tan despacio. Cuando te vi por primera vez, apenas te presté atención. Eres de la clase de gente que pasa desapercibida, pero yo soy de los que prestan atención a las cosas más imperceptibles. Solía mirarte en silencio, cada mañana. Siempre tenías la mirada perdida en el horizonte, daría todo lo que tengo por saber en qué estabas pensando. Quizás fuera tu aire misterioso o tus simétricos rasgos, pero adquirí la necesidad de ti. Mis esperanzas de estar contigo se tambalearon el día que fuiste acompañado de aquella increíble mujer. Una joven de revista, a la que debo que me permitiera disfrutar de tu sonrisa. Nunca habías sonreído antes, y cuando lo hiciste, coloreaste mi mente. Tu voz, tu forma de ser, tu forma de ver el mundo, me terminaron de cautivar. Con el tiempo cada vez era menos habitual verle acompañado de aquella chica, hasta que semana tras semana, seguía sin volver. Por tu mirada perdida pude suponer que te había dejado, no todo el mundo es capaz de sobrellevar estas cosas. Podría pasarme horas mirándote, tus manos, tu gorro (erais totalmente inseparables), tus pálidas mejillas... 

Tras seis meses teniéndote enfrente en el metro cada mañana, decidí que debía hablarte. Pero, ¿Qué te diría? Me daba demasiada vergüenza... ¿Iba a dejar pasar al amor de mi vida? No podía dejar de pensar en ti, cada día, cada hora, cada minuto. Siempre que mi mente divagaba aparecías tú, con tus tristes ojos. La mañana que me decidí a hacerlo, no apareciste. Quizás llegabas tarde, quizás te habías dormido. Al día siguiente tampoco te vi. Mi preocupación fue tal, que en ese día pedí el día libre en mi trabajo, en el área de pediatría, para poder ir a buscarte, en el ala de oncología. No era la primera vez que me pasaba por allí para verte, a través del cristal, como recibías aquel líquido por tus venas que te quemaba por dentro. Siempre cerrabas los ojos, ojalá supiera en qué estarías pensando. Pero no estabas allí. Le pregunté a una compañera por ti, y me dijo que tu habitación era la del fondo del pasillo. Apenas pude contener la necesidad de ir corriendo, cuando llegue al umbral de la puerta, el alma se me partió en mil pedazos. Allí estabas, entubado por todos lados, rodeado de máquinas que hacían un ruido terrible y un pausado pitido que reflejaba el hilo del que pendía tu vida. Había una mujer con los ojos hinchados, pude adivinar que era tu madre. Al acercarme a ti, me lanzó una mirada de súplica esperando que trajera buenas noticias. Te tomé la mano, como tantas veces había fantaseado hacer. Te quería a ti, me sumiría en la más profunda depresión por ti, cualquier cosa que fuera necesaria para hacer que te quedaras. Sé que lo veías todo en blanco y negro, pero yo te pintaría un claro cielo azul. Sin ti no existen los colores, está lloviendo cada vez que abro los ojos. 

Juré que jamás perdería el control, y entonces me enamoré de un corazón que latía tan despacio.

lunes, 8 de febrero de 2016

A Millones de Kilómetros (MásVeinticuatro)

{Él}

Las noches son lo peor. Tú y yo, cara a cara, sin atrevernos a decir nada. Tumbados en la cama, el silencio corta como un cuchillo. Puedo saber lo que piensas con tan solo mirarte a los ojos, y no dejo de preguntarme quién será el que se atreva a decir lo que ambos pensamos. Quizás deberíamos dejarnos de los "qué hubiera sido", y simplemente dejarlo pasar. No encuentro palabras para definir lo que siento, para hacer lo correcto. Ambos sabemos que esta historia ha llegado a su fin, hacemos como que no pasa nada, pero solo estamos fingiendo. No es como solía ser, no hay complicidad, caricias, besos inesperados. No puedo reprimir las lágrimas al pensarlo, me está destrozando por dentro. 

No fui yo el que empezó esto, esta herida que abriste y no hay manera de cicatrizar. Pero no te culpo, la vida es complicada y el corazón es el que elige. Me duele no ser suficiente para ti. Intentaría hablarlo para intentar arreglar esto, pero es un camino por el que ya hemos pasado antes. Mientras nuestra canción toca su última nota, ambos sabemos que es hora de cerrar este capítulo de nuestras vida para siempre, el más bonito y doloroso. Aunque estés aquí conmigo, es como si estuvieras a millones de kilómetros.

{Ella}

La historia de mi vida, buscando hacer lo correcto, pero siempre me evita. No termino de comprender cómo puedes seguir aquí aún, conmigo. Eres más que un hombre, esto es más que amor, es la razón por la que el cielo es azul. Y las nubes se oscurecen porque me vuelvo a ir. Lo noto en el aire, mientras me arreglo el pelo, preparándome para otra cita. Me besas la mejilla, me preguntas si volveré tarde. Te digo que estaré por ahí con las chicas, una mentira que no necesito decir, porque ambos sabemos con quién voy, lo sabemos demasiado bien. 

No sé cómo he llegado a esta situación. Todo empezó siendo algo inocente, una aventura sin más, un desliz. Pero se ha convertido en algo intenso, algo que no puedo parar. Y el precio corre de mi cuenta, toda la responsabilidad recae sobre mi, no puedo seguir así. Hemos llegado al límite aunque no queramos admitirlo. Puedo ver cómo mueres, lentamente, cada vez que salgo por la puerta. No quiero hacerte daño, no quiero que sufras, no quiero ser la razón de tu desgracia, no quiero hacerlo nunca más, no quiero ser una asesina. Soy consciente de que no puedes soportar que sea feliz con otro hombre, que me aporta cosas que tú no puedes. Sé que sabes que soy infiel.

jueves, 4 de febrero de 2016

A lo más alto.

Se oye un pitido que se extiende unos segundos, silencio. Otro pitido, más silencio. Una y otra vez. Entonces ocurre.

− Es el contestador de Kirley, puedes dejar un mensaje y te contestaré en cuanto lo escuche, ¡Gracias!

(Su voz. Es ella, no hay duda. Volver a escucharla me trae tantos recuerdos... Se oye un pitido corto, tengo que decir algo, no puedo quedarme callado.)

− Si... Hola... Soy yo, Carlton... Pf no sé muy bien qué estoy haciendo, pero este whisky me ha dado las fuerzas que necesitaba para llamarte y decirte que bueno... Joder te necesito aquí conmigo... Perdona si digo algo que no deba, siento mucho lo de la otra noche... No debí haberte dicho esas cosas horribles, de verdad que no las pienso, y la sola idea de perderte me mata... Ojalá pudiera arreglar lo que hice, decirte unas palabras bonitas, algún verso poético, pero ya sabes que no soy esa clase de persona... Estoy harto de esta mierda, lo único en lo que puedo pensar es en lo mucho que te quiero... Solo tú eres capaz de llevarme a lo más alto, nunca nadie me había hecho sentir así, lo único que te pido es que vengas y te tomes una copa... Espero no estar llamándote demasiado tarde... Espero que no... Solo tú eres capaz de encenderme por dentro, una llama en mi interior que ilumina recovecos de mi alma que creía perdidos para siempre... Quédate conmigo hasta tarde, como solíamos hacer, fumando y hablando... Jamás me cansaré de escucharte, la perfecta sincronía del movimiento de tus labios y tu voz, que me abstraías de todo lo demás... Me encantaría volver a los viejos tiempos, cuando éramos inseparables, cuando me necesitabas, porque yo lo sigo haciendo... Aún estoy borracho, qué puedo hacer, pero el alcohol no va a devolverme tu presencia, tu cariño... Tengo tanto que decirte... Pero sé que no quieres volver a verme... Y no puedo soportarlo... Estoy aquí, en el puente donde nos besamos por primera vez, donde comprendí el significado del amor, el significado de pertenecer a algo mayor, un "nosotros"... Pero eso se ha perdido entre las mentiras, los reproches, los celos y los rencores... Y si algo tengo claro, es que no voy a ser capaz de volver a sentir nada parecido con nadie más, así que para qué seguir, por qué luchar por algo que no vale la pena, algo que no tiene salida... No soy capaz de reponerme, de seguir adelante, de pasar página, de olvidarte... Ni pienso hacerlo... Quiero que sepas que te he querido, más que a nadie en mi vida... Serás la primera persona de la que me he enamorado, y la última... Para siempre...

Se corta la llamada.

lunes, 18 de enero de 2016

Oscuro Paraíso (MásVeinticuatro)

Todos mis amigos dicen que debería seguir adelante, dejar de pensar en ti. Soy consciente de que ya no estás aquí, y que nunca lo volverás a estar. Te fuiste, me abandonaste, pero no he dejado de amarte. Tu cara es como una melodía que no consigo sacarme de la cabeza, ni quiero que se vaya. Es reconfortante tenerte siempre conmigo, allá donde voy, te siento a mi lado, y eso me ayuda a sobrellevar este peso. Por las noches casi puedo oírte cantando tu canción, como sólo tú lo hacías. Al fin y al cabo, amarte para siempre no puede ser un error. 

A veces me gustaría estar muerto, es la única manera de estar contigo. Ni siquiera puedo rehacer mi vida, nadie me llena como tú lo hacías, nadie me llama la atención, el mundo es irrelevante sin ti. Incluso si encontrara a ese alguien, me aterra que me estés esperando al otro lado, y decepcionarte. Jamás me lo perdonaría. Debes sentirte tan solo, al igual que yo me siento aquí, rodeado de gente pero tan vacío a la vez. En aquel accidente no sólo murió tu cuerpo, también mis ganas de vivir, de sonreír, de disfrutar, de ser feliz. 

Tu alma permanece conmigo, y se manifiesta en mis sueños. Solo soy capaz de soñar contigo, que estás aquí, que estoy allí, que estamos juntos. Puedo sentir como me tocas, tal y como solías hacerlo. Estás ahí, parece tan real, tiene que serlo. Siempre te encuentro cada noche, diciéndome que todo está bien, que todo saldrá bien. 

Cada mañana es un suplicio despertarme y darme cuenta de que has vuelto a irte, que no volveré a verte hasta la noche, que vuelvo a estar solo. Es una sensación que me inunda por dentro y me destroza, aún más si cabe, por dentro. Mi alma en ruinas te añora, te llora a cada respiración. Pero esto se acabó, no puedo seguir así. Esta noche no duermo solo, he traído a dos compañeros que me ayudarán a volver contigo. Llega la noche, y tirado en la cama no puedo evitar que las lágrimas vacíen mi interior. Otro trago más de whisky que ayuda a otro puñado de somníferos a entrar en mi cuerpo, por fin seré libre. Libre de estar contigo por toda la eternidad, sin nada que nos separe. Esta noche no abandonaré el sueño.


viernes, 8 de enero de 2016

Viktoria, bienvenidos.

Me gusta considerarme una asesina, pese a que nunca he cometido ningún delito. Mi forma de matar es más sutil, pero no por ello menos dolorosa y letal. Soy incapaz de sentir amor, y por ello, dedico mi vida a impedir que otros lo consigan. 

Quizás la genética, quizás la diabetes, quizás mi pasión por el deporte, hicieron de mi cuerpo una obra de arte. Curvas perfectas, el volumen exacto. Vientre plano y caderas de infarto. Largas piernas, largo cabello negro como el azabache. Pechos turgentes y firmes. El deseo de cualquier hombre. Pasaba el día flirteando con ellos, pero nada más lejos de la realidad, a quienes seducía era a sus novias. Mujeres que jamás pensarían sentirse atraídas por otra hembra, caían en mi juego. Mi impresionante físico unido a una labia exquisita me hacían irresistible. Apenas tenía que esforzarme con los hombres, en seguida les tenía haciendo cola para ser infieles. Sin embargo, las mujeres son más complicadas. Tienen sus prejuicios, sus reticencias, que poco a poco dejan paso a las dudas y la curiosidad cuando comienza el baile. Son pasos estudiados al detalle, precisos movimientos que hacen aflorar el germen del ¿y si? Las llevo al extremo, las induzco la necesidad de mi cuerpo, de mis labios. Y cuando ya las tengo a mis pies, rogándome por más, simplemente las abandono. Un rechazo que viene dado por el último compás de la danza, un último gesto, el definitivo. 

Si cierras los ojos y prestas atención puedes oír los pedazos de los rotos corazones desplomarse y esparcirse por el suelo, esperando que los transeúntes los machaquen con su continuo paso. El placer que me produce comprobar con cara de desaprobación el descolocado rostro de mis víctimas es lo que más me excita, puedo sentir la adrenalina correr por mis venas, siento como el poder me posee. Bienvenidos a la vida de Viktoria.