Llegué a este mundo siendo la niña de papá. Sus ojos al mirarme denotaban lo mucho que me adoraba. Siempre volvía lo antes posible del trabajo, y pese a estar exhausto, me llevaba de paseo. Recuerdo nuestras interminables charlas, cómo no paraba de preguntarle por todo, quería ver el mundo a través de sus ojos. Siempre le tuve una admiración enorme. Me enseñó a bailar, me sostuvo la mano cuando me caí, siempre estuvo ahí para mí. Cuando fui algo más mayor, me llevaba en su moto, me enseñó a jugar al blackjack, y siempre repetíamos la misma rutina cada sábado: él se sentaba en el sofá, y yo le preparaba su té preferido, con algo de whisky. Entonces empezaba la lección. Me aconsejó sobre tantas y tantas cosas útiles en la vida, que pese a parecer imposible poder recordar todas, aún lo hago y lo tengo presente cada día de mi vida. Mi padre hizo una soldado de mí. Tenía que ser una chica dura, no debía permitir que me tomaran el pelo. Él no era tonto, y me advirtió sobre hombres como él, y cómo tenía que evitarlos, solo jugarían conmigo y me harían daño, tal y como hizo él en su juventud.
Siempre acababa diciéndome que el día que él faltara, cuidará de mi madre y vigilara a mi hermana, que fuera una mujer fuerte. Yo siempre se lo prometía, pero veía tan lejos ese día, que cuando llegó me pilló por sorpresa. Cuando me lo dijeron bajé la cabeza, cerré los ojos, y pude verle, con la cabeza alta, su rifle en la mano derecha y jurando sobre la biblia, diciéndome que no llorara, que él siempre estaría conmigo. Casi podía sentir cómo me abrazaba, y no derramé ni una sola lágrima, sería como él me enseñó.
Cuando los problemas llegaron a la ciudad, años después, supe cómo actuar. Me enseñó a pelear, aunque no siempre estuviera bien, pero me decía que era por mi seguridad, para que nadie pudiera abusar nunca de mí. Una noche, en mi club favorito, un musculoso hombre se me acercó y empezó a bailar conmigo, a acercarse cada vez más, hasta que fue demasiado. Le dije que se fuera, que no quería nada con él. Siguió insistiendo un buen rato, hasta que se me quitaron las ganas de estar allí y decidí volverme a casa. Cuando me di cuenta de que me estaba siguiendo era demasiado tarde, estábamos en una zona algo oscura y totalmente solitaria, solos los dos. Gritar no me habría servido de nada, la música del local estaba muy alta como para que nadie de allí pudiera escucharme. Se acercó a mí, me agarró de la cintura y me atrajo hacia él. Intenté zafarme, pero era mucho más fuerte que yo. No pretendía acabar con su vida, sé que no está bien, no puedo sacármelo de la cabeza. La situación se había vuelto muy complicada, y no vi otra salida. Sabía lo que debía hacer. Mi padre me dijo que disparara.
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