Érase una vez un chico enamorado. Le encantaba estar solo. Solía subirse al tejado de su casa por las noches a pensar, y muchas veces se quedaba dormido ahí mismo. Su mente divagaba a lo largo y ancho del universo, mientras su cuerpo reposaba en la tierra. Pensaba sobre lo que se estaría perdiendo, más allá del horizonte. Allí donde nadie había estado nunca. Deseaba una vida distinta.
Una noche, alguien se acercó a él. Escuchó un ligero sonido y sobresaltado giró la cabeza. Una sombra de aproximó lentamente al joven. Era un muchacho pálido como la cal, con los ojos verde aceituna. No se presentó, simplemente se sentó a su lado, y hundió la mirada en la noche estrellada. Al principio no pudo evitar prendarse de sus marcadas facciones, pero el pudor le pudo e imitó su actitud. Pensó de dónde habría salido, qué le habría llevado a estar ahí con él. No quería saberlo, se sentía feliz de tener a alguien a su lado, alguien al que pese a acabar de conocer, sentía que siempre había estado a su lado, solo que no se había dado cuenta. Inmerso en estas reflexiones estaba cuando sintió como la mano de su albino compañero se posaba sobre la suya. Un escalofrío de paz y serenidad recorrió su cuerpo. ¿Qué habría visto en él? ¿Por qué querría estar con él? Siempre había estado solo, o al menos así se sentía. Y había llegado a creer que así lo prefería, pero ahora que sabía lo que se sentía, dejó de ansiar la soledad. Una parte de él estaba harta de basar su vida en el miedo, el cielo por fin estaba despejado. Se sentía como si estuviera flotando, quería rozar las estrellas con la punta de sus dedos.
Cuando la luz le llamó tras los párpados y abrió los ojos, no había nadie más allí. ¿Cuándo se habría ido? ¿Habría madrugado más que él? ¿Acaso se habría quedado a dormir? La angustia de no volver a verle le tuvo el alma encogida todo el día, hasta que al llegar la noche, volvió a subir al tejado e impaciente esperó a su amante. Lo deseó con tanta fuerza que apareció. Y así cada noche, volvía con él, a compartir sueños, esperanzas, deseos. Cada mañana, cuando abría los ojos, ya había desaparecido, pero en el fondo sentía que andaba cerca. Érase una vez un chico enamorado de la luna.
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