martes, 29 de marzo de 2016

Viktoria, una pasión.

Volvía a mi casa una tarde de otoño cuando la vi. A lo lejos, en la parada de bus, una tímida muchacha esperaba sentada mientras la lluvia barría todo a su alrededor. Me llamó la atención, pero solo durante unos segundos, después continué mi camino. No era del lugar, eso lo tenía claro, recordaría haberla visto. No fue hasta una semana después cuando volví a cruzarme con ella, en el mercado. Sus grises ojos me traspasaron como espadas, una sensación mínimamente familiar que me produjo una notable excitación. Intenté disimular lo acelerado de los latidos de mi corazón. No pude sacármela la de la cabeza, y lo peor es que me resultaba extrañamente familiar, debía de ser la prima o pariente lejana de alguna de mis víctimas. Cuando mi mente tenía un segundo de liberación, ella aparecía a llenar ese hueco. Se paseaba por mi cabeza con su media melena rubia y sus ojos, aquellos terribles ojos.

Una noche de verbena, en la que iba como siempre que tenía ocasión, enfundada en mi ceñido vestido negro, volvía sola por la larga calle que baja hasta mi casa. Ahí estaba, en una calle perpendicular, sentada en un banco, fumando un cigarro, sola. Quizás fueron las dos copas que corrían por mis venas las que me hicieron obviar la apresurada aceleración de mis latidos al acercarme a ella, y me hicieron sentarme a su lado con total normalidad. Iniciamos una conversación trivial: las fiestas, la noche, la temperatura... Hasta que no pude más, y, rindiéndome a sus pupilas clavadas en las mías, la besé. Era la primera vez en mi vida que era yo la que daba el primer paso, pero no pude evitarlo. Una corriente de sentimientos inundaron mi interior. ¿Así que así era cómo se supone que se siente uno al besar? ¿Por qué no lo había sentido con nadie hasta ahora? Todas estas dudas quedaron sepultadas por la necesidad de más, de amar a aquella mujer hasta estallar en placer. La tomé de la mano y la llevé a mi casa, a mi habitación, a mi cama, bajo mis sábanas. Fue con diferencia la mejor noche de mi vida, no podía creer lo que estaba haciendo, lo que estaba viviendo. ¿Había encontrado el amor? ¿Realmente existía? Seguía sin dar credibilidad a la situación, pero no me importaba lo más mínimo, era feliz. Podía proclamar a los cuatro vientos que era feliz. Nada volvería a ser como antes.

La vida me sonreía, no podía ser más dulce el momento. Sentía que era la persona para la que había estado guardando todas mis primaveras. Pero como todo lo bueno, acabó antes de lo que habría querido. Dos meses después de aquella noche, cuando sin dudarlo habría puesto la mano en el fuego por que estaba enamorada, algo sucedió. La tragedia se cernía sobre mi vida, y no era capaz de imaginar hasta qué punto. Mi vida estaba a punto de sufrir un giro que lo cambiaría todo.



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