La casa está despierta. Las sombras atraviesan los umbrales, sigilosas. Las voces susurran tras las paredes, nerviosas, incesantes. La madera cruje, como si alguien avanzara por el pasillo, lentamente, paso a paso. Todas las estancias están oscuras, las tinieblas son perpetuas. Al ambiente está cargado, el olor a cerrado, el olor a soledad, a abandono, lo inunda todo. Apenas puedo moverme, tengo cada músculo de mi cuerpo agarrotado. Debo ser cautelosa, no pueden descubrirme.
Aquí fuimos felices una vez, tú y yo. Hace años, juntos llenábamos de luz y alegría aquello a lo que llamábamos hogar. No me daba cuenta de cómo me ibas consumiendo, día a día. Me limitabas, cortabas mis alas y desechabas mis ilusiones. Yo me aferraba a mi último anhelo, quererte. Era todo lo que hacía, amarte en cuerpo y alma. Lo habría dado todo por ti si me lo hubieras pedido. Te permití tantos caprichos, siempre estuve a tu disposición. Mientras segabas mis sueños, yo te ayudaba a realizar los tuyos. No era más que un objeto para ti, nunca me viste como un fin en mi misma.
Cuán estúpida fui. Ahora lo veo claro, no tenías derecho a tratarme así. Me he familiarizado con las voces que viven en mi cabeza. He comprendido que solo buscan mi bien, y siempre han tenido razón, en cuanto a todo. El día que no pude más, ellas tomaron el control. Lo único que nunca había deseado en mi vida, era lo que más necesitaba: poder y control. Poder sobre mis decisiones, control sobre mi vida. Eras hermoso, pero no eras ni de lejos una obra de arte. Creías que me tenías dominada, pero te hice caer. La noche que acabé con tu vida, la noche que empecé la mía. Pero los efectos secundarios fueron considerables: algo escapó de mi interior. Los demonios que quedaron en mi cabeza me han prometido que si hablo de ellos, sobreviviré a mi propia muerte. O quizás lo harán ellos. Les he oído cuchichear, decir que cuando yo muera por fin serán libres. Pero no pienso permitirlo. Ahora que he conseguido mi ansiada libertad no pienso darme por vencida. Pero no puedo escapar, la casa me tiene atrapada. Los que pudieron huir canalizados en mi ira, en mi maldad, ahora se ciernen sobre mi, y no me permitirán salir de aquí, no tan fácilmente.
Es mi oportunidad, el pasillo parece en silencio, deben estar en el piso de arriba. Corro lo más rápido que puedo, a la desesperada, con la adrenalina latiendo en mis sienes. Unos últimos metros. Casi puedo sentir la liberación en mi cuerpo. Pero, algo va mal. El suelo se quiebra bajo mis pies. Una caída de varios metros, estoy tirada en el frío suelo de piedra del sótano. Todo lo que alcanzo a ver es el agujero que se cierne sobre mi. ¿Cómo iba a saber que las termitas habrían consumido el suelo? ¿Tanto tiempo había pasado? Seguro que habían sido ellas, las voces. Me la han jugado. Giro la cabeza para ver lo que a mi derecha está apareciendo, un reguero de sangre que brota de mi cabeza. No siento dolor, no siento nada. La vista se me apaga por momentos. Lo único que puedo hacer es escuchar, escuchar cómo se ríen de mí, cómo han logrado vencerme, sus carcajadas triunfales. ¿Quién tiene el control?
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