Ayer la miraba, y en sus ojos, veía fortaleza, omnipotencia, pero también dulzura, cariño y ternura. Nada era demasiado para ella, era capaz de ocuparse de todo y más, jamás la veías quejarse ni sentarse un segundo si debía hacer algo. Aquella paciencia inquebrantable. Siempre con una sonrisa. Me encantaba que me besara las mejillas.
Hoy la miro, y en sus ojos, veo sensatez, madurez, y esa misma dulzura, cariño y ternura. Suele hacer descansos, cuando el cansancio hace mella en sus huesos. Es un apoyo constante y seguro. Soy consciente de cómo poco a poco su fuerza vital se va desvaneciendo. Los dolores no la dejan casi andar, necesita ayuda para hacer tantas cosas, pero su sonrisa es inamovible. La encanta que la bese las mejillas.
Mañana no podré mirarla, no veré sus ojos, pero podré sentir como vive en mí y me protege desde dentro, nunca estaré solo. Sus enseñanzas me guiarán en la vida. No desaparecerá mientras yo viva y la recuerde cada día. Cuando cierre los ojos aún podré ver su sonrisa y su gesto de afecto y amor incondicional. Una madre está desde siempre, y para siempre.
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