martes, 18 de agosto de 2015

El Alma Oscura

Abrió los ojos. Lo hizo lentamente, pues sus párpados parecían pesar una tonelada. Al quinto intento consiguió mantenerlos abiertos el suficiente tiempo como para vislumbrar aquella luz que destacaba ante el ambiente de oscura penumbra, justo encima de su cabeza. ¿Qué era aquello? ¿Seguía soñando? Ahogó un grito al darse cuenta de que lentamente iba descendiendo en dirección hacia él. Poco a poco aquella esfera cegadora ocupaba más y más su campo de visión, hasta que el fulgor era tal que tuvo que entrecerrar los ojos para seguir mirando. No podía ser fuego, pues no notaba calor. ¿Sería una luz artificial? De ser así, ¿dónde se encontraba? No podía ubicar el momento en el que había llegado hasta allí. Tanteó sigilosamente el suelo que le rodeaba, buscando tocar algo que le ayudara a adivinar en qué clase de lío se había metido. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, pudo distinguir que se hallaba en un cilindro de cristal cerrado, y la luz no era más que un foco que alguien había bajado con un sistema de poleas. Por más que miraba a su alrededor no veía salida posible, y empezó a inquietarse. En un arrebato de desesperación agarró la lampara con sus manos y lo lanzó con todas sus fuerzas hacia el cristal, que frente al brutal e inesperado impacto, se partió en grandes pedazos, uno de los cuales profirió un largo aunque no muy profundo corte en el brazo del asustado hombre. Tras un grito de dolor, no esperó a que sus captores vinieran a por él y emprendió una huida a toda velocidad sin destino fijo, pues no conocía ni remotamente aquel lugar. Parecía un laboratorio clandestino, y se le pasó por la cabeza que posiblemente en un pasado hubiera sido un hospital u orfanato. Los enrevesados pasillos parecían no conducir a ningún lado, y sus fuerzas iban mermando. Ni siquiera se detenía a intentar vislumbrar el final de los pasillos que cruzaban perpendicularmente su camino, pero uno de ellos le llamó la atención, y no era para menos, ya que doblando la esquina de podía adivinar que había una sala mínimamente iluminada, de la cual procedía un sinfín de chirridos agudos y sonidos metálicos. Harto de correr sin parar teniendo la sensación de de estar haciendo el mismo recorrido una y otra vez en círculos, se aproximó lentamente por el pasillo. Se apoyó contra la pared de la esquina, y, con cuidado y serenidad, giró la cabeza despacio y pudo ver una puerta entrecerrada de la cual claramente procedía el foco de luz azulada parpadeante. Cogió unas gasas del armario metálico empotrado en la pared y las apretó contra la herida para evitar que sangrara más. Contuvo un grito de dolor cuando terminó de apretárselo y con una mueca de dolor decidió continuar. Pegado a la pared, se fue acercando paso tras paso hacia la puerta, y con cada metro ganado oía más fuerte y empezaba a distinguir los distintos tipos de sonidos que de allí procedían. Sintió un escalofrío que le recorrió toda la columna vertebral, erizando cada vello de su piel, manteniéndolo en un estado de alerta característico de situaciones peligrosas. Tras dudar varios segundos, y haber cogido una vara de acero que estaba en el suelo, abrió la puerta de un empujón y entró dentro con el arma en alto, dispuesto a cargar contra cualquier ser que allí dentro pudiera haber. Lo que allí vio le dejó paralizado, el pedazo de metal cayó al suelo con un estruendo considerable, pero ni eso rompió el estado de shock del hombre. Pese a los parpadeos de los halógenos del techo y los metálicos ruidos de las cañerías viejas, pudo observar y oír la respiración de aquel ser. Nada más verlo descartó su procedencia humana y animal, al menos de las especies conocidas. El pequeño demonio clavó sus rojos y rasgados ojos de cabra en la cara del hombre, que, asustado por la fijeza e imperturbabilidad de la mirada, no podía romper el contacto visual. Pudo ver todo el mal del mundo en esos ojos, la peor faceta del ser humano, las más crueles aberraciones que habría podido imaginar. Lo que el moribundo hombre no sabía era que tras su muerte en el quirófano, los caminos del infierno no eran como pensaba, como se los habían relatado. Todo aquello eran tan real para él como el resto de su vida, no dudaba de la veracidad de lo que sus ojos veían. Tras otro súbito escalofrío, intento dar la vuelta para salir corriendo de allí, pero unos grilletes le sujetaban los tobillos. Cerró los ojos en un esfuerzo por soltarse del metal que se aferraba a su piel y no le dejaba moverse, y cuando volvió a abrirlos se detuvo en su empeño, pues ante él había aparecido una gran lona blanca sobre la que se estaba proyectando lo que parecía ser una grabación casera. Uno tras otro aparecieron recopilados en cinta cada una de sus malas acciones que había realizado durante su vida, como si aquel ser los hubiera estado filmando, aunque él no se diera cuenta de ello. Cuando la proyección pareció llegar a su fin, el hombre se mostraba impasible, ni una sola lagrima, ni un solo remordimiento por tanta maldad cometida asomaron por su faz. El ser hizo una mueca que podría haberse interpretado como una sonrisa de aprobación, y la sala se fundió negro para siempre.

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