miércoles, 30 de diciembre de 2015
Tacones Rojos
lunes, 28 de diciembre de 2015
Caminando
domingo, 13 de diciembre de 2015
Feliz (MásVeinticuatro)
lunes, 30 de noviembre de 2015
Un Nuevo Principio (MásVeinticuatro)
domingo, 15 de noviembre de 2015
Leyenda de la Niebla (MásVeinticuatro)
Una mañana en la que en la superficie había una niebla tan espesa que apenas se podía ver lo que había a un brazo de distancia, me envalentoné y saqué la cabeza unos segundos para observarles. Aún estaban en la barca preparándose para sumergirse. Aprovechando mi excelente visión, pude quedarme mirándoles sin que notaran mi presencia. Eran dos, un hombre de pelo canoso y una joven de cabellos rojos como el coral y ojos de un tono de verde que no había visto en mi vida. "Bájeme ya, padre", dijo, se puso el casco, se sentó al borde de la embarcación y se dejó caer. Una correa metálica la mantenía unida al barco. No pude resistirme, y me asomé, dejándome ver por aquel ser de metal. Visiblemente sorprendida pero embargada por la curiosidad también, vi cómo se me acercaba poco a poco. Cuando apenas unos metros nos separaban, mostré mi cuerpo entero, dejando que contemplara la gran y fuerte cola que partía desde mi cintura. La mujer se quedó tan impactada que estuvo varios minutos sin moverse. Me temo que la asusté, pues presa del pánico, volvió lo más rápido que pudo a la superficie. Volví a mi arrecife y lloré desconsoladamente ante el rechazo del primer y único ser que podría hacerme compañía el resto de mis días.
miércoles, 11 de noviembre de 2015
Hola
Debes de haberte recompuesto, seguido con tu vida. Quizás yo debería hacer lo mismo, pero no puedo. Lo intento, una y otra vez. Y siempre acabo igual, llamándote, debo de haberte llamado mil veces, pero cuando lo hago parece que nunca estás en casa, o simplemente no quieres cogerlo. Me duele mucho que no quieras enfrentarte a esto, a mí, a lo que sentimos, a lo que sentíamos. Yo estoy en California soñando sobre lo que solíamos ser y tú, quién sabe, lo mismo estás casado y con hijos. Me ha costado mucho reunir el valor suficiente como para volver aquí, donde sucedió todo, donde te vi por última vez, donde nos dimos el último adiós. Se me ha venido el mundo encima cuando he empezado a ver surgir la casa en el horizonte mientras conducía, ver lo descuidados que están los jardines ahora que no estás para cuidarlos, las estancias, llenas de polvo, pero como si el tiempo no hubiera pasado. De verdad que tenía la sensación de que en cualquier momento ibas a bajar por las escaleras con esa sonrisa tuya, tan cálida y reconfortante, me ibas a abrazar como solo tú sabes, y me ibas a susurrar al oído que todo acabaría saliendo bien. ¿Sabes? Aún está ahí la fotografía que nos hicimos el día que nevó tanto que se atrancó la puerta y tuvimos que entrar por la ventana, seguro que lo recuerdas. Fue uno de los mejores días de mi vida, y muestra de ello es que fuera contigo. Al ver aquellos sofás, no pude evitar recordar mi absoluta convicción de que acabaríamos juntos, dos ancianitos sin nada más que unas manos cruzadas y una vida entera compartida juntos. Fue entonces cuando salió el tema de los niños. Sabes que yo nunca he querido hijos, mi madre murió en el parto y me crió mi padre, un hombre con graves problemas con la bebida, a causa, principalmente, de lo de mi madre. Me crié prácticamente sola, conocí a muchos niños huérfanos y en situación de desamparo. Sé que la medicina ha avanzado mucho, pero debiste comprender que era algo que estaba fuera de mi alcance emocional. Pero no lo hiciste, debiste pensar que era por ti, que no te quería lo suficiente, que no pensaba que serías un buen padre. Nada más lejos de la realidad, no se me ocurre un padre mejor que tú, eres un hombre admirable. El mejor que he conocido y conoceré jamás.
lunes, 2 de noviembre de 2015
Crónicas del Averno, pt II. (MásVeinticuatro)
lunes, 26 de octubre de 2015
Crónicas del Averno, pt I. (MásVeinticuatro)
Fue una cálida mañana de julio cuando se lo llevó. Yo estaba terminando de preparar su plato preferido, risotto de boletus, para celebrar su ascenso. Era su último día de trabajo de calle, por fin le ascendían a oficinas, donde estaría seguro. Los policías asignados a esa zona asumían un riesgo muy alto, de hecho ya le habían herido varias veces. Estaba en la cocina, pendiente de la sartén y bailando al ritmo de la radio, cuando sonó el teléfono. Bajé el volumen y descolgué: "¿Sí? Sí, soy yo. ¿Cómo?" las facciones se me quedaron congeladas en una mueca de sorpresa y horror al tiempo que notaba en mis ojos ese cosquilleo que precede a las lágrimas. "Gracias", apenas dije con un hilo de voz y colgué. Tuve que sentarme, no podía creérmelo. Una redada. Justo hoy. Un tiroteo. Dos agentes fallecidos. Uno de ellos Manuel. Disparo en el pecho, muerte instantánea. La posibilidad de ir a velarle al tanatorio.
Fue un momento muy confuso, todo me daba vueltas, en mi cabeza un vaivén de flashes de recuerdos de los dos juntos me mareaban y destrozaban el alma poco a poco. Pero si algo tenía claro, era que no iba a acudir al tanatorio ni al funeral. Esos eventos no son para los muertos, ellos no son conscientes, sino para los vivos que quedan y sufren sus muertes, y a ellos no les debía nada. Me encerré en mí misma, no dejé que ni el más mínimo atisbo de luz del exterior penetrara en mis adentros. Un día, preparé un pequeño equipaje y conduje al noroeste peninsular. Cerca de un espeso bosque encontré un pequeño hostal, donde pagué por una noche. Dejé parte del equipaje en la habitación y, con una pequeña mochila al hombro, partí a las once de la noche hacía el interior de la foresta. Con una linterna apuntando al suelo busqué lo que necesitaba, y tras cuarenta minutos andando lo encontré. Corté cuidadosamente aquel hongo de raíz y lo sostuve en mi mano mientras me recosté contra un grueso árbol. Miré el reloj, era casi la hora. En el segundo en el que las manecillas del reloj de bolsillo que había heredado de mi familia materna marcaron las doce, seccioné mi muñeca izquierda con un pequeño puñal, y a continuación aspiré con todas mis fuerzas el interior de aquella seta. En un segundo todos mis sentidos se anularon y así permanecí unos instantes, hasta que una luz a lo lejos comenzó a acercarse. Poco a poco, paso a paso, algo se acercaba, con un candil encendido en la mano. Pude distinguir en su silueta que se trataba de un hombre de avanzada edad, ligeramente encorvado, cubierto con una túnica negra con la capucha puesta. Mis predicciones se confirmaron cuando frente a mí, se descubrió el rostro y me miró fijamente, con sus cuencas vacías. La muerte, encarnada en un esqueleto, se dirigió a mí: "Hace mucho que nadie llega por ese camino, por lo que deduzco que eres...", "Nieta de una meiga, sí." le interrumpí.
"Es una pena que ya no queden, eran unas magníficas proveedoras de todo tipo de ungüentos y remedios, que gentilmente les intercambiaba por conjuros. ¿Qué te trae aquí querida? Según he oído llevas meses ausente de tu propia vida, ¿Acaso deseas abrazarme a mí en su lugar?" dijo con una sonrisa torcida. "En efecto, estoy aquí para entregarme a ti, tengo entendido que valoras más a tus siervos si aún están vivos.", tanteé. "Así es, más tu cuerpo está cercano a fallecer, la herida de tu muñeca pronto te sesgará la existencia terrenal, ¿Cómo piensas sobrevivir a...?", se detuvo sorprendido ante mi veloz movimiento: me abalancé sobre él y contra todo pronóstico, le besé en la boca. Mi plan salió a la perfección, cuando me separé de él, ahí estaba Manuel a su lado, las profecías eran ciertas: besar a la muerte resucita a la persona de la que se está enamorado. Agarré del brazo a mí tan añorado marido y corrí en dirección contraria al malévolo ser que al percatarse de la treta y sentirse utilizado me agarró de la cadera, pero logré zafarme y escapamos, escuchado de fondo unas risas demoníacas que no se me irán de la mente mientras viva.
Abrí los ojos, con la muñeca sangrando, las hojas de debajo cubiertas de mi sangre y Manuel a mi lado. Me llevó corriendo a un hospital cercano en el que me recuperé en pocos días. Al parecer el efecto de las esporas de la seta ralentizaron la circulación, y eso me salvó la vida. Mi amado y yo nos mudamos de inmediato, no creímos adecuado informar a la poca familia de Manuel de su sobrenatural regreso al mundo de los vivos. Una pequeña pero acogedora casita de campo fue el escenario que elegimos para criar, poco más de un año después de lo sucedido, a nuestro primogénito en camino. Nunca habíamos sido tan felices, y no sospechamos que la razón de nuestra plenitud sería también la de nuestra perdición, pero eso ya es otra historia...
Continuará.
lunes, 19 de octubre de 2015
Diario Inacabado (MásVeinticuatro)
[18:13 / 16-09-13] Acaba de terminar la segunda película típica vespertina de temática policíaca. Marian descansa plácidamente a mi lado, es tan dulce cuando duerme. Acaricio suavemente su barba y al tiempo abre sus grandes ojos azules. Mira el reloj. Pega un brinco, murmura "maldición, el psicólogo", llega tarde. No sabía que tenía un compromiso, le habría avisado con antelación de haberlo sabido.
[4:26 / 19-09-13] Pese a salir a las 12 de trabajar, Marian acaba de llegar a casa. Está borracho, le ha costado abrir la puerta. Se ha tumbado en la cama conmigo sin quitarse la ropa siquiera. El olor a alcohol inunda la habitación. Me hago el dormido, no quiero discutir.
[14:55 / 15-09-13] He ido a hacer la comida y al abrir la nevera he descubierto que estaba prácticamente vacía, ¿hace cuánto que no hace la compra? Apenas come últimamente. Con lo voraz que había sido siempre su apetito...
[12:09 / 17-09-13] Dana, la gata de Marian, se ha escapado. Ha saltado desde la ventana de la primera planta y al cruzar la carretera un coche le ha golpeado. Al oír el jaleo fuera hemos salido a ver qué pasaba. Se ha arrodillado ante el pequeño animal, que ha expirado por última vez entre sus brazos. Por la tarde irá a enterrarla al cementerio de mascotas de la cuidad.
[10:18 / 20-09-13] Marian se ha quedado dormido. Cuando se ha despertado, dos horas más tarde de lo normal, se ha preparado a toda prisa y se ha ido corriendo, maldiciendo al despertador averiado. No será porque no le avisé unas cuantas veces de que se le estaba haciendo tarde, pero no me quiso hacer caso. Acaba de llegar a casa porque le han despedido, al parecer tenía los nervios a flor de piel y se ha puesto a gritarle barbaridades a su jefe.
[17:32 / 18-09-13] Se acaba de encerrar en el baño. Desde la puerta puedo oírle llorar desconsoladamente. Por mucho que intento que me deje entrar, no lo consigo. Se escucha el sonido de algún objeto metálico pequeño caer al suelo. Cuando por fin sale descubro que era una cuchilla, pero parece que no ha reunido el valor suficiente para autolesionarse. Doy gracias por ello. Ojalá me escuchara cuando le digo que todo mejorará.
[20:40 / 21-09-13] Marian está agotado física y mentalmente. Lo noto en sus ojeras, en su falta de sueño. Ha estado toda la mañana en la cama, inmerso en sus pensamientos. Un flujo constante de saladas pequeñas porciones de su dolor aguadas recorren sus mejillas hasta ir empapando, poco a poco, la almohada que compartimos. Le acaricio el pelo y le susurro que estoy aquí con él.
<< Marian falleció el 22 de septiembre del 2013, al precipitar su vehículo desde el puente de un lago cercano a su domicilio. Fuentes aseguran que no había sido capaz de superar la reciente muerte de su pareja, debida a un repentino paro cardíaco. Se ha encontrado lo que parece ser la nota de suicidio del joven de 28 años: "Lo he intentado con todas mis fuerzas, pero no soy capaz de luchar si no estás conmigo, no puedo seguir si me faltas.." >>.
lunes, 12 de octubre de 2015
El Deseo Final (MásVeinticuatro)
Abrí los ojos. La intensa luz de la sala me cegó unos segundos, después pude comprobar dónde me encontraba. Una habitación individual de hospital. Tras la ventana solo había oscuridad, era noche cerrada. Mis brazos estaban plagados de agujas que me conectaban a ruidosas máquinas. Me desprendí de las vías y me senté al borde de la camilla. La cabeza me daba vueltas, cuando intentaba recordar cómo había llegado ahí, un pitido ensordecedor sonaba dentro de mí y me producía mareos. Cuando reuní el equilibro suficiente me levanté. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, desde mis desnudos pies hasta el cuello. Me acerqué a la puerta y la abrí despacio. Me asomé al pasillo, estaba desierto. Avancé lentamente por el camino izquierdo. Todas las demás salas estaban vacías, ni un solo ruido se escuchaba. Tanto silencio empezó a incomodarme, y progresivamente aumenté el ritmo de mis zancadas. Las estancias estaban tenuemente iluminadas por halógenos blancos. Llegé hasta unas escaleras de piedra y empecé a descender por ellas. Un cartel rezaba "Planta Baja". Empujé la puerta roja que daba paso al hall de recepción y di un paso adelante.
El perpetuo silencio en el que estaba sumido se rompió de pronto: una serie de enfermeros empujando una camilla y asistiendo al paciente que en ella se encontraba entraron atropelladamente en el edificio. Le colocaron sueros y vías, y cruzaron una puerta lateral a toda prisa. Unos segundos después llegó corriendo un hombre, que ahogado de tanto correr se paró unos segundos a coger aire. Había algo familiar en su rostro, juraría que lo conocía. El recién llegado se acercó a preguntar a la recepcionista que en qué sala se encontraba Margarita Duarte, su mujer, que acababa de entrar a punto de dar a luz. Entonces lo recordé: ese era el nombre de mi hija, y aquel no era otro que su marido, Marcial. La funcionaria le indicó la sala y tras darle las gracias, ambos salimos corriendo. Siguiendo las indicaciones de los carteles que estaban pegados en las paredes Marcial encontró la habitación en la que se encontraba mi hija y entró. Le segu, y me coloqué en un lateral, cerca de mi niña. Tenía el mismo rostro de dolor que treinta años atrás observé en mi hace tiempo fallecida mujer. Fueron unos cuantos largos minutos, en los que ni su marido ni yo la soltamos la mano, ni dejamos de animarla, aunque ella solo parecía hacerle caso a él. Al cabo de media hora ya estaba más o menos recuperada y sostenía en brazos a mi preciosa nietecita, Alba. Sus caras rebosaban alegría, jamás había visto tan feliz a mi hija.
Entonces de pronto un fuerte mareo envolvió mi cabeza, hasta el punto de robarme la visión. Todo se fundió a negro. El vaivén cesó y pude escuchar una clara voz femenina: "Aquí has tenido tú último deseo, poder ver nacer a tu nieta, esto sucederá dentro de casi dos años, considera este regalo como tu propio paraíso." Solo pude murmurar "gracias, Dios" antes de abandonar finalmente mi alma.
lunes, 28 de septiembre de 2015
El Último Cliente (MásVeinticuatro)
martes, 22 de septiembre de 2015
Demolición
I will always want you.
(...)
All I wanted was to break your walls,
all you ever did was, wreck me."
lunes, 21 de septiembre de 2015
Colores
lunes, 14 de septiembre de 2015
La Sonrisa Oculta (MásVeinticuatro)
viernes, 11 de septiembre de 2015
Lealtad Ignífuga (MásVeinticuatro)
El ambiente era muy pesado. El calor era insoportable, se pegaba al cuerpo como si de un millón de sanguijuelas se tratara. Tuve que avanzar encorvado y con los ojos entornados, ya que el humo gris impedía distinguir con claridad las distintas estancias. Pegado a la pared corrí escaleras arriba, donde se encontrarían los dormitorios. Comprobé el primero: el cuarto de invitados, vacío. El segundo, a juzgar por la cama de matrimonio que prendía en llamas, era la habitación de la madre. La puerta tras la que, por descarte, se encontraría el muchacho tenía que ser la del fondo del pasillo. Las lenguas de fuego habían llegado hasta la puerta, empecé a temer llegar demasiado tarde. Giré el pomo. Las ascuas ascendían por las cortinas, desgarrándolas a su paso. La estantería de juguetes rebosaba chispas fulgurantes. La cama estaba intacta, pero deshecha y vacía. Apartando el humo con toscos aspavientos busqué al pequeño. Entonces le vi. Agazapado en la esquina más alejada de la habitación, sosteniendo a un cachorro sobre su regazo. Tenía la cabeza inclinada sobre el animal, posándola en su lomo. Le puse la mano en el hombro, y él levantó la vista y me miró fijamente, con una expresión de sorpresa y temor. El perrito, sin embargo, no pareció percatarse de mi presencia. Le tendí la mano al muchacho para ayudarle a levantarse, pero no me correspondió. Al contrario, volvió a recostarse sobre el animal, abrazándolo esta vez con más fuerza. Tuve que ponerme de rodillas para mantenerme a una altura en la que el aire fuera mínimamente respirable, y desde esa perspectiva, lo comprendí.
Me senté junto al pequeño y contemplé asombrado la majestuosidad de las llamas salvajes que se propagaban a nuestro alrededor. Al notar que me había colocado junto a él, el chico me empezó a susurrar al oído. Me contó cómo había rescatado al animalillo de una caja de zapatos entre los contenedores. Cómo lo había abrigado y mimado durante el largo invierno. Cómo había calmado sus pesadillas. Cómo habían corrido juntos por el jardín. Cómo se levantaba cada mañana envuelto en un torbellino de lametones. Cómo se había puesto a temblar cuando las llamas atravesaron la puerta. Cómo le había protegido hasta que sus pequeños pulmones no soportaron los nocivos gases. Cómo le había acariciado durante su última exhalación. "No te abandonaré", susurró al cachorro. Tomé a aquel muchacho entre mis brazos y cerré los ojos. Lo último que sentí fue cómo las lágrimas que se habían deslizado por mi rostro se evaporaron lentamente y las llamas nos regalaron un último y letal abrazo.