lunes, 17 de diciembre de 2018
Mi salvavidas
Nunca pensé que pudiera perderte. Siempre fuiste mi refugio, el lugar al que volver cuando peor me sentía. Aunque otra ilusión me cegara, siempre estuviste ahí. Quizás alguna vez diera por hecho que ibas a estar ahí, por mí, pasara lo que pasase. Quizás es difícil valorar lo que siempre has tenido, lo que nunca pensaste que pudieras perder. Siempre fuiste mi salvavidas. El que me hace sonreír sólo con mirarle. El que me da seguridad, confianza. Al que me encanta picar, solo para acabar besándole. El que me eriza la piel solo con sentir sus labios. Al que no me cansaría de sentir a mi lado. La mirada más sincera. Lo más cercano al amor verdadero que he tenido. El único que no se cansa de mí a las semanas. Ni al mes. Ni al año. Ni dos ni tres. Esa persona a la que le pones tu película favorita, con la que estarías dispuesto a compartirlo todo. La que borracho se acuerda de ti, cada noche. Por la que lloras, y no por tristeza, si no porque la echas de menos. Porque añoras todos los pequeños oasis de felicidad que habéis vivido juntos. A la que has abierto las puertas de tu casa, de tu vida, de tu corazón. A la que miras, y te das cuenta de que cada pequeña imperfección lo hace perfecto. Que quieres una vida entera a su lado. Que lo que te ha querido y te ha demostrado, no lo ha hecho nadie más. Que es tu luz al final del túnel. Que es la persona con la que quieres despertar cada mañana. Que cuando todo va mal, cuando no queda nadie, está él. Mi salvavidas.
miércoles, 12 de diciembre de 2018
El león sin corazón
Entre en alcohol y las risas, dos jóvenes se encuentran por primera vez. Las miradas delatan: se gustan. Pero ninguno parece lo bastante seguro para dar el primer paso, por diferentes motivos. Son dos personajes completamente diferentes, opuestos. Y esa es parte de la química. El primero de ellos, el león sin corazón, con la confianza en sí mismo suficiente para no necesitar a nadie, derivando de ahí su problemática. Acostumbrado a construir relaciones sobre terrenos inciertos, teme que se derrumbe alguna más. Necesita que le aporten seguridad, pero no está dispuesto a aceptarla. Al menos no conscientemente. El segundo, sin embargo, tiene la cabeza más clara. O eso cree él. La falta de autoestima le hace anhelar alguien que le quiera, que haga lo que él no es capaz. Piensa que la mejor manera de aprender a valorarse es viéndolo en los ojos de alguien más. Cuán equivocado está. Un hombre de hojalata cobarde, cegado por el miedo a la soledad, pero con un corazón generoso. Estar dispuesto a compartir tu corazón no vale de nada si no hay alguien que lo quiera aceptar. O que sepa que quiere hacerlo. Puede que algún día llegue alguien con predisposición a compartir. O puede que el hombre de hojalata viva inmerso en su cobardía. Para siempre.
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