Juré que jamás perdería el control, y entonces me enamoré de un corazón que late tan despacio. Cuando te vi por primera vez, apenas te presté atención. Eres de la clase de gente que pasa desapercibida, pero yo soy de los que prestan atención a las cosas más imperceptibles. Solía mirarte en silencio, cada mañana. Siempre tenías la mirada perdida en el horizonte, daría todo lo que tengo por saber en qué estabas pensando. Quizás fuera tu aire misterioso o tus simétricos rasgos, pero adquirí la necesidad de ti. Mis esperanzas de estar contigo se tambalearon el día que fuiste acompañado de aquella increíble mujer. Una joven de revista, a la que debo que me permitiera disfrutar de tu sonrisa. Nunca habías sonreído antes, y cuando lo hiciste, coloreaste mi mente. Tu voz, tu forma de ser, tu forma de ver el mundo, me terminaron de cautivar. Con el tiempo cada vez era menos habitual verle acompañado de aquella chica, hasta que semana tras semana, seguía sin volver. Por tu mirada perdida pude suponer que te había dejado, no todo el mundo es capaz de sobrellevar estas cosas. Podría pasarme horas mirándote, tus manos, tu gorro (erais totalmente inseparables), tus pálidas mejillas...
Tras seis meses teniéndote enfrente en el metro cada mañana, decidí que debía hablarte. Pero, ¿Qué te diría? Me daba demasiada vergüenza... ¿Iba a dejar pasar al amor de mi vida? No podía dejar de pensar en ti, cada día, cada hora, cada minuto. Siempre que mi mente divagaba aparecías tú, con tus tristes ojos. La mañana que me decidí a hacerlo, no apareciste. Quizás llegabas tarde, quizás te habías dormido. Al día siguiente tampoco te vi. Mi preocupación fue tal, que en ese día pedí el día libre en mi trabajo, en el área de pediatría, para poder ir a buscarte, en el ala de oncología. No era la primera vez que me pasaba por allí para verte, a través del cristal, como recibías aquel líquido por tus venas que te quemaba por dentro. Siempre cerrabas los ojos, ojalá supiera en qué estarías pensando. Pero no estabas allí. Le pregunté a una compañera por ti, y me dijo que tu habitación era la del fondo del pasillo. Apenas pude contener la necesidad de ir corriendo, cuando llegue al umbral de la puerta, el alma se me partió en mil pedazos. Allí estabas, entubado por todos lados, rodeado de máquinas que hacían un ruido terrible y un pausado pitido que reflejaba el hilo del que pendía tu vida. Había una mujer con los ojos hinchados, pude adivinar que era tu madre. Al acercarme a ti, me lanzó una mirada de súplica esperando que trajera buenas noticias. Te tomé la mano, como tantas veces había fantaseado hacer. Te quería a ti, me sumiría en la más profunda depresión por ti, cualquier cosa que fuera necesaria para hacer que te quedaras. Sé que lo veías todo en blanco y negro, pero yo te pintaría un claro cielo azul. Sin ti no existen los colores, está lloviendo cada vez que abro los ojos.
Juré que jamás perdería el control, y entonces me enamoré de un corazón que latía tan despacio.