miércoles, 16 de noviembre de 2016
Ángel Caído (MásVeinticuatro)
He crecido toda mi vida pensando que solo me gustaban las chicas. Hasta este año. Hay un chico en mi clase, Tray. Cada vez que lo veo algo dentro de mí se revuelve, nunca había sentido esto con nadie. Me paso las horas embobado, mirándole. Su marcada mandíbula, sus oscuros ojos, su corto pelo, su ancha espalda... Adoro mirarle y, al hacerlo, no puedo evitar que mi mente nos imagine, a él y a mí, solos, en un lugar que no puedo reconocer. Piel con piel, sus labios cerca de los míos. Dios mío, sus labios. Son el manjar más delicioso que deseo probar. Sentir su respiración en mi cuello, agarrarle de la cintura como si me fuera la vida en ello. Cuando estoy a solas en mi cama, su imagen viene a mí y finjo que mis manos son las suyas y les dejo total libertad por mi cuerpo. Deseo tan fuerte que sea mío. Cierro los ojos, tomo aliento y está conmigo. La cama arde con nosotros como combustible y en medio de las llamas grito su nombre. Por unos segundos el dolor desaparece, pero cuando vuelvo a abrir los ojos ha desaparecido.
Siempre está con esa chica que le espera en coche a la salida, seguro que es su novia. Es guapísima, he de reconocerlo, pero no hay nadie como él. Una noche, volviendo a mi casa, caminaba por una zona bastante transitada los fines de semana, pues hay varios locales. Uno de ellos es el pub gay más conocido de la ciudad. Alguna vez he pensado en entrar y amar fugazmente a un desconocido para así intentar ubicar mi sexualidad, pero es algo tan artificial que me produce repulsión. Estos pensamientos rondaban mi cabeza cuando vi a Tray, con esa chica, fumando fuera del local. ¿Era gay? Aunque lo fuera, no creo que se fijara en mí. Quizás fuera la emoción del momento, la esperanza de un futuro juntos, lo que me hizo decidir ir a él, hablarle, conocerle. Empecé a cruzar la calle, con el corazón acelerado por la adrenalina, cuando sonó el primer disparo.
Me pitaban los oídos, no comprendía qué pasaba. Los gritos y el resto de disparos sucedieron muy rápido, no era capaz de procesar lo que estaba sucediendo. Me quedé parado, en medio de la carretera, mirando fijamente a Tray. En la nube de disparos, cayó al suelo. No podía saber si se había tirado para evitar que le dispararan o es que le había alcanzado una bala. Desesperado corrí hacia él, olvidando que el asesino debía seguir por allí. Llegué a donde estaba, me arrodillé ante él, le sostuve la cabeza con mis manos, como tantas veces había fantaseado hacer, y le besé. Al menos moriría siendo amado. La sangre bañaba su camisa y el charco empezaba a extenderse a su alrededor. Confieso que estoy perdido, idiota y débil. Creo que es una prueba, creo que es el mayor caos. Miro a sus ojos, es un ángel caído. ¿Dónde están nuestros líderes? ¿Cómo pueden permitir que esto suceda? ¿Acaso su color de piel o su preferencia a la hora de amar son motivos para cometer tal delito de odio? Daría mi vida por la suya, preferiría salvarle, mi ángel caído.
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