Me acerco despacio al jardín trasero. Mi paso es pausado, pero mi corazón late deprisa. Otra lágrima cae sobre la caja que llevo en mis manos. Llego a nuestro árbol, aquel bajo el que pasábamos las horas, leyendo, riendo, contándonos nuestras cosas o simplemente abrazados. Es de los pocos momentos en los que he sido realmente feliz. Alzo la vista y a través de la maraña de hojas y ramas se vislumbra el astro rey. Si cierro los ojos me viene a la mente la primera vez que nos besamos, allí mismo, aquel momento en el que dejó de existir todo el exterior por unos minutos. Éramos solo los nosotros, dos almas unidas por un mismo sentimiento, el amor. Es difícil creer que una persona pueda aportarte tanto, cambiar tu estado de ánimo con una sonrisa, convertir las tardes depresivas en un cúmulo infinito de carcajadas.
No veíamos nada malo en lo que hacíamos y sentíamos, pero éramos conscientes del rechazo de la población en la que vivíamos, un pueblo relativamente apartado de las grandes y modernas ciudades. Eran por todos conocidos los rumores de las palizas que recibían por grupos radicales los que eran considerados homosexuales, como el famoso caso de aquel chico rubio al que tuvieron que hospitalizar por la fractura que le provocaron en bastantes huesos. Pese a que el informe figuró una caída de su caballo, todo el mundo sabía que habían sido aquellos jóvenes. En cuanto le dieron el alta se fue de aquí con su familia y no le volví a ver. Por aquel entonces yo contaba 6 años y, ni sabía lo que pasaba, ni imaginaba que yo iba a sufrir algo peor en un futuro. En cuanto comencé a darme cuenta de mis inclinaciones emocionales y físicas por otros chicos supe que debía mantenlo en secreto y evitar que se supiera, por miedo a las represalias de aquel violento grupo. Tenía cuidado de mis maneras de moverme, actuar o hablar, porque ellos no se cercioraban de si realmente eras gay, si te consideraban amanerado te tenían en el punto de mira y en cualquier momento podían seguirte a casa, insultarte o amenazarte. El apoyo de mi madre fue muy importante, ella me ayudó difundiendo rumores acerca de mí y chicas de mi edad cuando iba al mercado y coincidía con las cotillas mujeres del pueblo. Otro punto clave fue que podía desahogarme con ella, no pasaba una noche que no acabara llorando de impotencia abrazándola mientras ella me consolaba susurrándome al oído.
El día que comencé secundaria llegó un chico nuevo. No era muy alto, ni escandalosamente guapo, pero el segundo que nuestras miradas se cruzaron no lo olvidaré mientras viva. Sus verdes ojos contenían una mezcla de inseguridad, timidez y nerviosismo. Pero cuando me miró noté como aparecía un atisbo de esperanza, de ilusión. Él siguió su camino y yo me quedé desconcertado, miraba el pasillo por donde había desaparecido y tuve miedo cuando me di cuenta del ritmo acelerado que llevaba mi corazón. Nunca me había sentido realmente atraído por otro chico, las barreras que me había interpuesto yo mismo no me lo habían permitido. No pude dejar de pensar en él en todo el día, ¿Cómo se llamaría? ¿Qué estudiaría? Aún así, tuve claro que debía olvidarme de él, lo más probable era que fuera heterosexual, y enamorarse de alguien que nunca podría amarme no se encontraba entre mis planes. Al final de las clases me fijé que una mujer también pelirroja le recogió en coche. Me quedé embobado mirándole a través del cristal. Parecía cansado. Giró la cabeza y me descubrió con la mirada fija en él. Noté cómo se sonrojaba y apartaba la mirada conteniendo una sonrisa. Tardé tres segundos más en darme cuenta que había dejado de andar e incluso de respirar, y un sonoro suspiro vació mi interior. El autobús que me llevaría a la aldea donde vivía aun tardaría unos minutos en aparecer, y allí, sentado en la parada, pensé en aquellos ojos verdes. Cuando llegué a casa le conté todo a mi madre, que pese a su notable alegría inicial, torció el gesto al ser consciente de los peligros que podía acarrearme este giro de los acontecimientos. Tras pensarlo mucho por la noche antes de dormir, decidí ser precavido y privarme de una posible efímera relación, al fin y al cabo en unos años iría a la universidad de ciudad y allí la homofobia era mucho menor y podría enamorarme, pasear con mi futuro novio y gritar a los cuatro vientos cuánto le amaba sin ningún tipo de miedo ni inseguridad. Pero todos estos planes racionales se esfumaron al día siguiente.
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