domingo, 15 de noviembre de 2015

Leyenda de la Niebla (MásVeinticuatro)

Desde que tengo uso de razón, he estado sola. Me crié en un pacífico arrecife, de aguas cálidas y cristalinas. Al principio no le daba importancia, pero con el tiempo, ansiaba algo de compañía. Alguien con quien compartir los pequeños detalles del día a día, a quién mostrar mis secretos, mis hallazgos, alguien con quien compartir una rutina. Había una zona, a media hora de distancia de donde yo vivía, en la que unos extraños seres metalizados se sumergían y andaban por las profundidades, como investigando el perímetro. Les tenía pavor, jamás me acerqué ni me dejé ver, pese a que la curiosidad me llevara a observarlos de vez en cuando.

Una mañana en la que en la superficie había una niebla tan espesa que apenas se podía ver lo que había a un brazo de distancia, me envalentoné y saqué la cabeza unos segundos para observarles. Aún estaban en la barca preparándose para sumergirse. Aprovechando mi excelente visión, pude quedarme mirándoles sin que notaran mi presencia. Eran dos, un hombre de pelo canoso y una joven de cabellos rojos como el coral y ojos de un tono de verde que no había visto en mi vida. "Bájeme ya, padre", dijo, se puso el casco, se sentó al borde de la embarcación y se dejó caer. Una correa metálica la mantenía unida al barco. No pude resistirme, y me asomé, dejándome ver por aquel ser de metal. Visiblemente sorprendida pero embargada por la curiosidad también, vi cómo se me acercaba poco a poco. Cuando apenas unos metros nos separaban, mostré mi cuerpo entero, dejando que contemplara la gran y fuerte cola que partía desde mi cintura. La mujer se quedó tan impactada que estuvo varios minutos sin moverse. Me temo que la asusté, pues presa del pánico, volvió lo más rápido que pudo a la superficie. Volví a mi arrecife y lloré desconsoladamente ante el rechazo del primer y único ser que podría hacerme compañía el resto de mis días. 

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− ¡Padre, padre, no se va a imaginar lo que he encontrado ahí abajo!
− ¿El qué hija? ¡Dímelo ya!
− ¡Una sirena! Madre mía, al principio no me lo podía creer, incluso temí por mi salud mental, pero no, ahí estaba, delante mía, con su cabello dorado flotando y su multicolor, interminable y escamosa cola. 
− ¿De verdad? ¿Seguro que no fueron alucinaciones? ¡Qué alegría me das, vamos a ser millonarios!
− Sí, además parecía sentir curiosidad por los trajes de buzo, así que no creo que me vaya a costar capturarla para poder venderla a algún museo y ser catapultados a la fama, ¡Qué felices vamos a ser, padre!
− Ya lo creo querida, voy a preparar una red lo suficientemente grande y resistente como para que mañana puedas capturarla, ¡No puedo esperar a que llegue el momento en que la tengamos arriba en el barco!
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Al día siguiente, volví con la esperanza de ver una vez más aquella belleza pelirroja, y, cuál fue mi sorpresa, cuando la descubrí ya en el fondo marino, pero con algo en sus manos, una especie de red, que me recordó a la que algunos grandes barcos utilizaban para atrapar enormes masas de peces. Aquello me parecía repulsivo, atrapar a aquellos pequeños seres me parecía algo de lo más deplorable, no hacían daño a nadie, no había razón para que aquellos abusones les capturaran y sacaran de sus hábitats con a saber qué cruel finalidad. La rabia se apoderó de mí, y, armada con un afilado coral, me acerqué a toda velocidad al metálico intruso y corté la gruesa correa que le permitía regresar a la superficie. A continuación, con mi agilidad natural, le arrebaté la red y la empleé para arrastrarla hasta mi hogar. Fue un duro camino, pues durante los primeros veinte minutos oponía una continua pero salvable resistencia, mas después parece ser que decidió dejar de luchar y se dejó llevar. 

La coloqué frente a mí coral preferido, justo al lado de donde suelo dormir. Me encanta tener a alguien conmigo, con quien compartir los pequeños momentos. Alguien que no me va a abandonar. Me siento tan afortunada, es todo lo que podía pedir. Cada noche se lo agradezco a Santa Úrsula por darme la oportunidad de disfrutar de una compañera tan increíble como Leira, que es como suelo llamarla, ya que nunca me dice su nombre. Presiento que juntas seremos felices el resto de nuestra vida, no hay nada mejor que compartir experiencias juntas por siempre.

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Cuenta la leyenda que las mañanas de intensa niebla, si se navega por el arrecife, es posible cruzarse con un antiguo y abandonado barco en el que un viejo marinero llora amargamente sosteniendo el final de una seccionada cadena metálica.
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