Debes de haberte recompuesto, seguido con tu vida. Quizás yo debería hacer lo mismo, pero no puedo. Lo intento, una y otra vez. Y siempre acabo igual, llamándote, debo de haberte llamado mil veces, pero cuando lo hago parece que nunca estás en casa, o simplemente no quieres cogerlo. Me duele mucho que no quieras enfrentarte a esto, a mí, a lo que sentimos, a lo que sentíamos. Yo estoy en California soñando sobre lo que solíamos ser y tú, quién sabe, lo mismo estás casado y con hijos. Me ha costado mucho reunir el valor suficiente como para volver aquí, donde sucedió todo, donde te vi por última vez, donde nos dimos el último adiós. Se me ha venido el mundo encima cuando he empezado a ver surgir la casa en el horizonte mientras conducía, ver lo descuidados que están los jardines ahora que no estás para cuidarlos, las estancias, llenas de polvo, pero como si el tiempo no hubiera pasado. De verdad que tenía la sensación de que en cualquier momento ibas a bajar por las escaleras con esa sonrisa tuya, tan cálida y reconfortante, me ibas a abrazar como solo tú sabes, y me ibas a susurrar al oído que todo acabaría saliendo bien. ¿Sabes? Aún está ahí la fotografía que nos hicimos el día que nevó tanto que se atrancó la puerta y tuvimos que entrar por la ventana, seguro que lo recuerdas. Fue uno de los mejores días de mi vida, y muestra de ello es que fuera contigo. Al ver aquellos sofás, no pude evitar recordar mi absoluta convicción de que acabaríamos juntos, dos ancianitos sin nada más que unas manos cruzadas y una vida entera compartida juntos. Fue entonces cuando salió el tema de los niños. Sabes que yo nunca he querido hijos, mi madre murió en el parto y me crió mi padre, un hombre con graves problemas con la bebida, a causa, principalmente, de lo de mi madre. Me crié prácticamente sola, conocí a muchos niños huérfanos y en situación de desamparo. Sé que la medicina ha avanzado mucho, pero debiste comprender que era algo que estaba fuera de mi alcance emocional. Pero no lo hiciste, debiste pensar que era por ti, que no te quería lo suficiente, que no pensaba que serías un buen padre. Nada más lejos de la realidad, no se me ocurre un padre mejor que tú, eres un hombre admirable. El mejor que he conocido y conoceré jamás.
Si miro desde la ventana de mi habitación aún puedo verte marchar, el coche alejándose entre los árboles, las lágrimas recorriendo mis ojos, empapando mis mejillas, aquel dolor, un calor intenso y abrasante en el pecho, me temblaban las rodillas solo de pensar que no volvería a verte. Por eso ahora, te saludo desde el otro lado, para que sepas que sigo aquí, esperándote, y te llamaré las veces que haga falta. Al menos puedo decir que lo he intentado. Dicen que el tiempo cura las heridas, pero esta no creo que sea capaz de cicatrizarla nunca, por muchos más años que pasen. Lo siento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario