jueves, 26 de enero de 2017
Monstruo, pt I
Desde que llegué al instituto noté que era diferente. No encajaba con los demás chicos, no me sentía cómodo con ellos. No me gustaba su forma de ser ni de actuar. Siempre estaba con mi amiga de toda la vida, a la que conozco desde que tengo uso de razón. Nunca he sido muy masculino, ni he querido serlo. Antes, ni siquiera sabía qué era eso, unos cánones impuestos que desconocía. Siempre he sido como soy, sin pensar en si era como debería ser. Vivo solo con mi madre, y ella nunca me ha impuesto nada. Visto, hablo y actúo como soy. Y no sabía que eso podría ser un problema para los demás.
Acabo de empezar mi cuarto año, y hay algo que no va bien. Hay un chico nuevo en mi clase, un repetidor, que no deja de mirarme. Lo hace con cara de asco, como si le hubiera hecho algo. A veces le oigo susurrar a su amigo, que ha repetido con él, justo después de mirarme, alguna frase que contiene la palabra “maricón”. Después risas, y vuelta a mirarme. Hago como que no me doy cuenta, intento no darle importancia. Pero sí que la tiene, al menos para mí. No puedo parar de pensar en ello de vuelta a casa. ¿Por qué lo hacen? No soy capaz de entenderlos. Mi amiga dice que no les haga caso, pero no puedo evitarlo.
Me duele, me duele mucho. Me duele tanto porque el chico que me hace esto es el mismo del que llevo enamorado casi dos años. Siempre lo he visto por los pasillos, metiéndose en líos. Adoro su sonrisa, moriría por poder tocar su cuerpo. Sé que no es para mí, pero no hay nadie como él. Y que ahora que sabe de mi existencia, se dedique a reírse de mí, es doloroso. No puedo dejar de mirarle en clase, y cuando él se gira y sus ojos se clavan en los míos, siento como el corazón me da un vuelco, y él se gira para hacer otra broma sobre mí. Agacho la vista, me hacen sentir tan fuera de lugar, solo quiero desaparecer.
Luego empezaron a ir más allá, y un día me esperaron a la salida, cuando no había nadie más. Me llevaron a la parte de atrás y se me empezó a encarar. Tenerle tan cerca hacía que pudiera sentir la sangre corriendo por mis venas, y a la vez, estaba aterrorizado. Intuía que me iba a pegar. Empezó a insultarme, a increparme por mi ropa, por mi manera de andar, por mi forma de hablar. Me sentí humillado. Por primera vez sentí que estaba mal ser como soy. Me empujó, me caí al suelo y lloré. Él se limitó a reírse, darse la vuelta y largarse, siempre con su aliado detrás, apoyándole. No le hablé a nadie de ello, no volvió a hacerlo hasta un par de meses después.
Era época de exámenes, y todos andábamos nerviosos. Cuando aún nos quedaban unos cuantos por hacer, empezaron a llegarnos las notas de los primeros que hicimos. Yo tenía todo aprobado con algo de nota, así que no estaba demasiado preocupado. Pero él había suspendido todos, y por su actitud, no parecía que fuera a haber mucha diferencia en los venideros. No parecía importarle, incluso bromeaba de ello con sus amigos. El día que nos entregaron el examen de matemáticas, volvió a fijar su objetivo en mí. La profesora hizo una mención especial a mi examen, que había resuelto casi a la perfección. La cara de odio con la que me miró no la olvidaré jamás.
Me esperó a la salida, pero a diferencia del resto de ocasiones, esta vez estaba solo. Me llevó a la parte de atrás, un callejón por el que nunca pasa nadie. Se acercó a mí y me preguntó a voces que cómo era tan repelente. Que por qué era así, que si no me daba vergüenza. Que si no me daba cuenta de que todo el mundo sabía lo que yo era. Que por qué aprobaba todo. Que por qué se me daban tan bien las matemáticas. Que por qué era tan… tan… tan… Me besó. Sentí sus labios pegados a los míos, y un escalofrío recorrió toda mi columna vertebral. Se separó un segundo, me miró a los ojos, agarró mi cabeza por detrás con su mano y volvió a besarme, con lengua aquella vez. Dejé de sentir mi cuerpo, y comencé a notar el suyo. Recorrí con mis manos su fuerte espalda, y fui bajando poco a poco. Cuando llegué a su pantalón, se detuvo de golpe, se apartó de mí y se fue corriendo.
“- Continuará”.
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