domingo, 7 de agosto de 2016

Celos (MásVeinticuatro)

Siempre he sido una persona celosa. Odio que se apropien de lo que considero mío. Y eso me pasaba con ella. No era mía, pero sí el privilegio de que cada mañana me eligiera a mí como su compañero. Que decidiera compartirse conmigo. No necesitaba poseer su cuerpo, me bastaba con su corazón. Todo era perfecto, casi demasiado para ser real. Viví en esa burbuja bastante tiempo, el suficiente para acostumbrarme a ella. Me amoldé a su forma de ser, a sus necesidades, sus gustos, sus pequeñas manías y sus enfados. Sabía que si discutíamos, lo más probable es que yo me hubiera equivocado. No creo que la faltara de nada, y menos aún de cariño, pues la brindaba con todo el que poseía, servido en bandeja de mi más sincero romanticismo. 

Pero últimamente la noto distinta, ausente. Como si pensara en otro cuando está conmigo. Alguien que no puede quitarse de la cabeza, que la está conquistando poco a poco, en su interior. Es posible que le aporte algo distinto a lo que yo la tengo habituada, al fin y al cabo somos seres de costumbres y tendemos a acabar sumiéndonos en la rutina. Siempre que la pregunto me responde con evasivas, no quiere tratar el tema. Me duele verla tan distante. Ya no ríe de forma sincera, con esas carcajadas que inundaban mis oídos de alegría. No se muestra predispuesta a organizar grandes planes juntos, de esos que organizas con meses de antelación para que todo salga perfecto. Llora mucho por las noches. Cree que no la oigo, que ya estoy dormido, pero puedo sentir su dolor. Me parte el alma verla desmoronarse. Sabe que estoy para apoyarla, pero no me lo pide. Quizás no crea que estoy preparado para afrontar la verdad. 

Cuando llegue del trabajo, ella ya no estará. Los celos me consumirán. Por qué no me ha elegido a mí. ¿Tenía acaso elección? Seguro que se ha visto obligada a abandonarme. O quizás simplemente se cansó. Dios sabe que luché por ella, desde que supe de su existencia hasta el momento en el que me abandone. Y ese momento llegará. No lo podré soportar, la necesito de vuelta, no sé qué hacer sin ella. Seré el barco que se estrella contra las rocas porque el faro se ha fundido y no puede indicarle el camino. Es una pérdida de tiempo buscar responsables de los hechos. Al fin y al cabo, cuando sientes celos de la muerte, ¿a quién debes culpar?

domingo, 24 de julio de 2016

El Girasol (MásVeinticuatro)

Había una vez, en una amplia llanura, un inmenso campo de girasoles. Pero había uno en concreto, que era especial. Cada día era igual: seguir con la mirada fija el sol, una y otra vez. La monotonía le consumía. Se sentía tan solo pese a estar rodeado de miles de compañeros, que un día se empezó a marchitar. Apenas se nutría, y sus hojas empezaron a debilitarse. Los insectos se percataron y aprovecharon para alimentarse a su costa. "Qué más da", pensaba. "Nadie se preocuparía por mí si desapareciera". Algunas veces, cuando su endeble tallo apenas podía sostener sus pálidas y roídas hojas, escuchaba sonidos tras él. Era una especie de llanto, algo como un lamento. Siempre pensó que eran imaginaciones suyas. 


Una noche descubrió la verdad. Algo le hizo girarse y descubrió algo que le dejó asombrado. Detrás de él crecía el girasol más bonito que había visto en su vida. Pudo ver que llevaba tiempo llorando lágrimas en forma de semillas, que llenaban el sueño tras él. Había estado sufriendo por su decadencia, verdaderamente había alguien para él, aunque no hubiera podido verle hasta ahora. Pudo ver en sus sonrojadas hojas ahora que entablaban contacto visual que estaba enamorado de él, y a saber cuánto tiempo llevaría amándole sin él saberlo. Se sintió el ser más feliz del universo.


Y siguió sintiéndose así, pese a todo. Pese al viento que les zarandeaba con furia. Pese al intenso calor que iba en aumento. Pese a la razón por la que había podido girarse en mitad de la noche. Pese a que las llamas se acercaban voraces consumiendo uno tras otro a sus compañeros. Cuando les llegó el turno, no pudo ser más feliz. Juntos, por siempre, entrelazados en forma de cenizas, surcaron el cielo en busca de su ansiada libertad.


domingo, 26 de junio de 2016

Baldosas Amarillas (MásVeinticuatro)

Acabo de comenzar en un camino del que no puedo salir. Está pavimentado de baldosas amarillas, casi doradas. Me duele, todo, pero empiezo a andar. Poco a poco me voy dando cuenta de que no estoy solo, hay más gente aquí, más hombres, y alguna que otra mujer. Todos compartimos algo: la tristeza en nuestro rostro. La certeza de saber lo que encontraremos al final. Una preciosa ciudad esmeralda, un final donde encontrar la paz. Pero hasta llegar allí, cada paso es una tortura. No merezco esto, ninguno de lo que estamos aquí lo merecemos. Espera, ¿qué es eso que se oye a lo lejos? Según me voy acercando descubro que son monos alados, que despiadados nos gritan a los que por el camino pasamos. Nos humillan, nos degradan, nos insultan. Su intolerancia es tal, que algunos deciden dejar de andar. Y cuando lo hacen, cuando llevan demasiado tiempo sobre las losas amarillas, estas se desprenden y caen al vacío. Almas perdidas que nunca alcanzarán el descanso eterno. Con lágrimas en los ojos, veo el hueco que ha dejado un chico, tan joven, a mi lado. A duras penas puedo soportar los gritos, pero consigo sobreponerme. 

Ya puedo ver a lo lejos la ciudad, aunque queda un buen trecho aún. Entonces sucede. Justo detrás mía, aparece. Él, el amor de mi vida, está condenado conmigo. No puedo soportarlo. No, él no. Es la persona más buena que conozco, lo daría todo por él. Pero no puedo hacer nada, sin quererlo le he arrastrado conmigo al camino. Me siento tan culpable... No debería haber estado con él. No debí haberle besado, haberle amado, haberme casado con él, haberle prometido una vida juntos. Si no lo hubiera hecho, quizás él no estaría aquí. Cuando se acerca a mí y me abraza, no puedo contener las lágrimas. "Estamos en esto juntos, ¿recuerdas? juntos para siempre", me susurra al oído. Tengo la fortuna de estar enamorado de la persona más maravillosa del mundo, y la he condenado a la perdición. Él menos que nadie merece este sendero se sufrimiento y decadencia. La mayoría no llegan a la ciudad, caen antes, rendidos de dolor y desesperanza. No sé si yo lo lograré, pero haré cuanto esté en mi mano por que él lo consiga. 

Agarrados, avanzamos lentamente pero sin pausa. El dolor y el entumecimiento va haciendo mella en mis músculos. Me duele cada hueso y cada articulación, pero no me doy por vencido. No ahora, que queda poco. La ciudad está cerca, el brillo color esperanza fulgura en la distancia. Apenas un kilómetro nos separa de la felicidad, podemos lograrlo. O eso creía. A apenas unos metros de la entrada, un fuerte dolor me empieza a oprimir el pecho. No puedo respirar, una sensación de angustia recorre todo mi cuerpo. Él se da cuenta, y me sostiene en sus brazos. "Vé, corre", apenas puedo balbucear. Entonces vi el rostro de la bondad. Me miró, con los ojos cristalinos y una liviana sonrisa, y me dijo: "No quiero estar en ninguna ciudad en la que no estés tú. Vamos, túmbate". No podía dejar de llorar, y entrecortadamente le dije: "No lo hagas, vet-", me cortó posando un dedo sobre la boca y me pidió: "cállate y bésame". 

Ambos tumbados, el uno junto al otro, en perfecta armonía, nos besamos. Sentí como el suelo se empezaba a desmoronar, a pedazos, bajo nuestro cuerpo. Al principio tuve miedo de la caída, pero abrí los ojos, y al verle delante de mí, todo eso se esfumó. Había valido la pena, cerré los ojos y sentí sus cálidos labios mientras descendíamos a una velocidad de vértigo hacia la nada. Dos hombres enamorados, con una vida por delante, con tantas experiencias por vivir, arruinadas por aquel camino de baldosas amarillas, al que algunos llaman sida.



domingo, 12 de junio de 2016

Poder y Control (MásVeinticuatro)

La casa está despierta. Las sombras atraviesan los umbrales, sigilosas. Las voces susurran tras las paredes, nerviosas, incesantes. La madera cruje, como si alguien avanzara por el pasillo, lentamente, paso a paso. Todas las estancias están oscuras, las tinieblas son perpetuas. Al ambiente está cargado, el olor a cerrado, el olor a soledad, a abandono, lo inunda todo. Apenas puedo moverme, tengo cada músculo de mi cuerpo agarrotado. Debo ser cautelosa, no pueden descubrirme.

Aquí fuimos felices una vez, tú y yo. Hace años, juntos llenábamos de luz y alegría aquello a lo que llamábamos hogar. No me daba cuenta de cómo me ibas consumiendo, día a día. Me limitabas, cortabas mis alas y desechabas mis ilusiones. Yo me aferraba a mi último anhelo, quererte. Era todo lo que hacía, amarte en cuerpo y alma. Lo habría dado todo por ti si me lo hubieras pedido. Te permití tantos caprichos, siempre estuve a tu disposición. Mientras segabas mis sueños, yo te ayudaba a realizar los tuyos. No era más que un objeto para ti, nunca me viste como un fin en mi misma. 

Cuán estúpida fui. Ahora lo veo claro, no tenías derecho a tratarme así. Me he familiarizado con las voces que viven en mi cabeza. He comprendido que solo buscan mi bien, y siempre han tenido razón, en cuanto a todo. El día que no pude más, ellas tomaron el control. Lo único que nunca había deseado en mi vida, era lo que más necesitaba: poder y control. Poder sobre mis decisiones, control sobre mi vida. Eras hermoso, pero no eras ni de lejos una obra de arte. Creías que me tenías dominada, pero te hice caer. La noche que acabé con tu vida, la noche que empecé la mía. Pero los efectos secundarios fueron considerables: algo escapó de mi interior. Los demonios que quedaron en mi cabeza me han prometido que si hablo de ellos, sobreviviré a mi propia muerte. O quizás lo harán ellos. Les he oído cuchichear, decir que cuando yo muera por fin serán libres. Pero no pienso permitirlo. Ahora que he conseguido mi ansiada libertad no pienso darme por vencida. Pero no puedo escapar, la casa me tiene atrapada. Los que pudieron huir canalizados en mi ira, en mi maldad, ahora se ciernen sobre mi, y no me permitirán salir de aquí, no tan fácilmente. 

Es mi oportunidad, el pasillo parece en silencio, deben estar en el piso de arriba. Corro lo más rápido que puedo, a la desesperada, con la adrenalina latiendo en mis sienes. Unos últimos metros. Casi puedo sentir la liberación en mi cuerpo. Pero, algo va mal. El suelo se quiebra bajo mis pies. Una caída de varios metros, estoy tirada en el frío suelo de piedra del sótano. Todo lo que alcanzo a ver es el agujero que se cierne sobre mi. ¿Cómo iba a saber que las termitas habrían consumido el suelo? ¿Tanto tiempo había pasado? Seguro que habían sido ellas, las voces. Me la han jugado. Giro la cabeza para ver lo que a mi derecha está apareciendo, un reguero de sangre que brota de mi cabeza. No siento dolor, no siento nada. La vista se me apaga por momentos. Lo único que puedo hacer es escuchar, escuchar cómo se ríen de mí, cómo han logrado vencerme, sus carcajadas triunfales. ¿Quién tiene el control?

domingo, 29 de mayo de 2016

Julia (MásVeinticuatro)

Fuimos arte. Fuimos todo lo que quisimos ser, todo lo que deseamos, todo lo que añoramos, todo lo que soñamos. Una llama enorme que cubrió el firmamento e iluminó el universo, por un instante. Una combustión espontánea, una química explosiva, un deseo inflamable. Lo fuimos todo, y a la vez nada. Nunca signifiqué nada en tu vida. Nunca me consideraste más que un amigo. Un amigo con el que te saludas con un beso en la boca, un amigo al que deseas con toda tu alma, un amigo que te hace arder las entrañas de pasión con una mirada. Te deseo tanto, aún hoy, que me duele al pensarlo. Estoy relleno de cenizas, de los restos de tu amor. Me disparaste con tus labios a quemarropa, y te desentendiste de mi inerte ser. Huiste, despacio y sutilmente. Te fuiste, y me abandonaste a la desidia y al olvido. Yo mismo me curé los hematomas, me lamí las heridas y aprendí a recomponer mi interior. Hice lo que pude, aunque no fue gran cosa. 

Admito que volvería. Volvería a amar, a besar, a sentir, a vivir, a gozar, a llorar, a sufrir y a volver a empezar. Mientras tú me has olvidado, yo sigo esperándote. Con la ilusión con la que un niño espera sus regalos de navidad, con la esperanza de un enfermo terminal, así te espero yo. En el fondo no soy tan diferente de ellos: soy una figura inocente y frágil que espera la llegada de un futuro tan incierto como veraz, como inminente, como inevitable. Sé que no vas a volver, no como yo quiero que lo hagas. No volverás a brindarme la llave de tu corazón. La tuve, pero cambiaste la cerradura y arrojaste la original al fondo de un pozo, al que por otra parte, saltaría aún sabiendo que no volveré a salir. 

Voy a recomponer mis entrañas y buscar a alguien que me merezca. Alguien que se preocupe por mí, que lo dé todo por mí. Que me quiera más que a sí mismo, millones de veces más de lo que tú lo harás jamás. Que me brinde la posibilidad de ser feliz. Que me dé una familia, un proyecto de presente y futuro. Que sea perfecto en todos los aspectos. En todos menos uno. Que no serás tú. Y volverás a mí, como el asesino que vuelve a la escena del crimen, y pretenderás que vuelva a caer por ti, que renuncie a mi vida de ensueño. Y créeme cuando te digo, que si así me lo pides, lo haré.

martes, 17 de mayo de 2016

Soy una ruina (MásVeinticuatro)

Sabía que esto acabaría pasando, pero aún así me arriesgué. Quizás fue egoísta por mi parte, pero no te obligué a hacer nada que no quisieras. Fuimos unos prófugos del amor, huyendo de todo y todos, viviendo nuestra pasión en secreto. Fuimos libres, fuimos puros. Dejamos que el corazón dominara nuestro juicio, y abrazamos la locura. Lo significas todo para mí, y no te dejaré ir. Ahora eres mío, me perteneces, tú y todo lo que implicas. Sé que estoy jugando con tu corazón, y que podría hacerlo mejor. El amor es una batalla sencilla, conozco cada movimiento a la perfección, muevo los hilos a mi conveniencia. Sé que no es justo ni es lo correcto, pero es todo lo que puedo ofrecer. Es difícil decir adiós, y muy fácil vivir la vida del amante fugaz.

Acabaron encontrando las pruebas, tus huellas sobre mi cuerpo. Era demasiado tarde para correr, estabas atrapado. Nunca seré libre, no está en mi naturaleza. Tengo un compromiso de por vida del que no puedo huir, ni tampoco quiero. Al final del día, necesito volver a ello, forma parte de mi. Soy la perfecta encarnación de la toxicidad. Destruyo todo lo que toco, tarde o temprano. Soy el antítesis de Midas, soy el oro que todo lo arruina. He asumido mi destino, y solo me queda disfrutar de ello dentro de los límites que me establezco, y al instante sobrepaso. Hay algo dentro de mi que me susurra, que condiciona mi vida. Me siento como una nueva persona (pero cometeré los mismos viejos errores). Tomo nuevos caminos (pero no sabré cuando he ido demasiado lejos). Cambiaré de vida (pero no será lo correcto). 

Todo tiene sus consecuencias, y hoy te veo, consumido, tan solo polvo fruto de la combustión. Mi dueña ha acabado contigo. Mi dueña soy yo misma. No eres como yo, no eres capaz de renacer de entre las cenizas y volver a empezar. Me duele verte así, pero no puedo hacer nada. Es ley de vida. Pronto encontraré a alguien como tú, y todo volverá a empezar. diferente chico, pero la misma historia. Cuando tú intentabas construir una vida conmigo, yo construí una vida para tres. Una multitud, a tu parecer. Eres incapaz de mostrar lo roto que tienes el corazón, ahora que he acabado contigo. Te lo advertí: Voy a arruinarte la vida si me dejas quedarme.

domingo, 1 de mayo de 2016

Lecciones de Papá (MásVeinticuatro)

Llegué a este mundo siendo la niña de papá. Sus ojos al mirarme denotaban lo mucho que me adoraba. Siempre volvía lo antes posible del trabajo, y pese a estar exhausto, me llevaba de paseo. Recuerdo nuestras interminables charlas, cómo no paraba de preguntarle por todo, quería ver el mundo a través de sus ojos. Siempre le tuve una admiración enorme. Me enseñó a bailar, me sostuvo la mano cuando me caí, siempre estuvo ahí para mí. Cuando fui algo más mayor, me llevaba en su moto, me enseñó a jugar al blackjack, y siempre repetíamos la misma rutina cada sábado: él se sentaba en el sofá, y yo le preparaba su té preferido, con algo de whisky. Entonces empezaba la lección. Me aconsejó sobre tantas y tantas cosas útiles en la vida, que pese a parecer imposible poder recordar todas, aún lo hago y lo tengo presente cada día de mi vida. Mi padre hizo una soldado de mí. Tenía que ser una chica dura, no debía permitir que me tomaran el pelo. Él no era tonto, y me advirtió sobre hombres como él, y cómo tenía que evitarlos, solo jugarían conmigo y me harían daño, tal y como hizo él en su juventud. 

Siempre acababa diciéndome que el día que él faltara, cuidará de mi madre y vigilara a mi hermana, que fuera una mujer fuerte. Yo siempre se lo prometía, pero veía tan lejos ese día, que cuando llegó me pilló por sorpresa. Cuando me lo dijeron bajé la cabeza, cerré los ojos, y pude verle, con la cabeza alta, su rifle en la mano derecha y jurando sobre la biblia, diciéndome que no llorara, que él siempre estaría conmigo. Casi podía sentir cómo me abrazaba, y no derramé ni una sola lágrima, sería como él me enseñó.

Cuando los problemas llegaron a la ciudad, años después, supe cómo actuar. Me enseñó a pelear, aunque no siempre estuviera bien, pero me decía que era por mi seguridad, para que nadie pudiera abusar nunca de mí. Una noche, en mi club favorito, un musculoso hombre se me acercó y empezó a bailar conmigo, a acercarse cada vez más, hasta que fue demasiado. Le dije que se fuera, que no quería nada con él. Siguió insistiendo un buen rato, hasta que se me quitaron las ganas de estar allí y decidí volverme a casa. Cuando me di cuenta de que me estaba siguiendo era demasiado tarde, estábamos en una zona algo oscura y totalmente solitaria, solos los dos. Gritar no me habría servido de nada, la música del local estaba muy alta como para que nadie de allí pudiera escucharme. Se acercó a mí, me agarró de la cintura y me atrajo hacia él. Intenté zafarme, pero era mucho más fuerte que yo. No pretendía acabar con su vida, sé que no está bien, no puedo sacármelo de la cabeza. La situación se había vuelto muy complicada, y no vi otra salida. Sabía lo que debía hacer. Mi padre me dijo que disparara.