lunes, 30 de noviembre de 2015

Un Nuevo Principio (MásVeinticuatro)

[ L ] Se podría decir que he tenido una vida feliz. Mi mujer es la persona más maravillosa que podría imaginar, siempre ha estado ahí, me ha apoyado en todo. Me ha dado el regalo más grande que podría recibir, mi hija. Dios sabe que la he amado, desde la primera vez que besé sus labios hasta el día que parta a su lado, en el firmamento. Sí, el amor de mi vida ha fallecido esta mañana. Estoy destrozado por dentro, pero me consuela saber que se fue en paz, rodeada de los que la amamos. No ha vivido una gran vida, rodeada de lujos ni comodidades, pero juntos hemos sabido sobreponernos a todas las adversidades y, sobre todo, ser felices. 

[ M ] Como ya no puedo valerme por mí mismo, mi pequeña (aún con sus casi treinta años, para mí siempre será mi pequeña) me ha recomendado una residencia que más bien parece un hotel. Ella no puede hacerse cargo de mi, lo entiendo, y la verdad es que el sitio es bastante bonito. He recogido todo lo que quiero llevarme conmigo con lágrimas en los ojos, es duro despedirse del escenario en el que han transcurrido los años más felices de tu vida. De todas formas no tengo miedo del por venir, es tan solo una nueva etapa, con gente nueva en ambientes nuevos.

[ X ] Hoy he conocido al hombre que vive en la habitación de al lado. Aún estaba terminando de colocar mis cosas cuando ha llamado a la puerta y se ha asomado, sonriendo, pidiendo permiso para entrar. Se ha presentado, me ha hablado de su vida, como llevaba casi dos años allí, lo fantástica que era la asistencia y lo deliciosa que estaba la comida. Estuvo como una hora hablando sin parar, tiempo que pasé sin despegar la mirada de sus profundos ojos celestes. Su vitalidad me cautivó, y cuando se disculpó para ir a tomarse sus pastillas, tuve una sensación extraña. Hacía mucho que no la experimentaba, era como un ligero cosquilleo en el estómago que me dejó con ganas de volver a verle.

[ J ] Jamás he hablado de esto con nadie, y bueno, creo que es hora de sacar todo lo que llevo dentro. Desde pequeño he sentido cosas por los chicos, además de por las chicas. Pero eran años complicados y la libertad estaba muy limitada, por lo que tuve que reprimir una parte de mí y vivir bajo la otra. Jamás he tenido ningún tipo de experiencia romántica con un hombre, pese a que estuve varios años enamorado de mi compañero de trabajo, pero él nunca lo supo, es algo que me consumía por dentro, pero no tuve el valor de confesar. La única razón por la que creo que he podido soportar esta carga ha sido mi mujer, que ha supuesto un apoyo inmenso e incondicional, aunque tampoco supo nada. Y aquí estoy hoy, libre de ataduras amorosas, familiares y morales, a mis 84 años, sintiendo mariposas por, si se me permite decirlo, el hombre más guapo de la residencia. ¿Puedo acaso enamorarme a estas alturas de mi vida? Desconozco la respuesta, pero estoy dispuesto a comprobarlo. 

[ V ] Cuando la auxiliar me ha despertado cariñosamente y me ha ayudado a tomar mis pastillas de la mañana, él ha sido en lo primero que he pensado. Con lo vivaz que se le ve seguro que ya estaría vestido y dando vueltas por los pasillos dando los buenos días a todo el mundo y repartiendo sonrisas. En esto estaba yo pensando cuando oí que llamaban a mi puerta. Me giré y ahí estaba, con una sonrisa y pidiendo permiso para pasar. "Tú debes de ser el nuevo vecino, ¿Verdad? ¡Pues bienvenido al paraíso, compañero! Estoy seguro de que estarás la mar de agusto aquí...". Él seguía hablando, pero yo había dejado de escuchar. ¿No era acaso eso mismo lo que me había dicho ayer? ¿Se habría olvidado de mí? "Venga, señor Ramírez, ¿no ve que ya le contó esto mismo ayer al recién llegado?", ni siquiera había notado la presencia de aquel auxiliar. "No no no, este hombre acaba de llegar, le estoy contando un poco cómo va esto.." parecía bastante decidido a quedarse hasta que terminara de contarme todo. "No se preocupe, nunca viene mal que le refresquen a uno la memoria", dije, y el auxiliar me sonrió y siguió su ronda. 


Y así, día a día, el señor Ramírez llamaba a mi puerta cada mañana y me contaba todo lo que sabía sobre el lugar, y cada día yo le preguntaba algo sobre su vida. No me importaba que cada día me contara lo mismo con distintas palabras, no me importaba que al día siguiente no se fuera a acordar de mí. Todo lo que necesitaba era perderme en su dulce mirada marina con su melódica voz de fondo.

domingo, 15 de noviembre de 2015

Leyenda de la Niebla (MásVeinticuatro)

Desde que tengo uso de razón, he estado sola. Me crié en un pacífico arrecife, de aguas cálidas y cristalinas. Al principio no le daba importancia, pero con el tiempo, ansiaba algo de compañía. Alguien con quien compartir los pequeños detalles del día a día, a quién mostrar mis secretos, mis hallazgos, alguien con quien compartir una rutina. Había una zona, a media hora de distancia de donde yo vivía, en la que unos extraños seres metalizados se sumergían y andaban por las profundidades, como investigando el perímetro. Les tenía pavor, jamás me acerqué ni me dejé ver, pese a que la curiosidad me llevara a observarlos de vez en cuando.

Una mañana en la que en la superficie había una niebla tan espesa que apenas se podía ver lo que había a un brazo de distancia, me envalentoné y saqué la cabeza unos segundos para observarles. Aún estaban en la barca preparándose para sumergirse. Aprovechando mi excelente visión, pude quedarme mirándoles sin que notaran mi presencia. Eran dos, un hombre de pelo canoso y una joven de cabellos rojos como el coral y ojos de un tono de verde que no había visto en mi vida. "Bájeme ya, padre", dijo, se puso el casco, se sentó al borde de la embarcación y se dejó caer. Una correa metálica la mantenía unida al barco. No pude resistirme, y me asomé, dejándome ver por aquel ser de metal. Visiblemente sorprendida pero embargada por la curiosidad también, vi cómo se me acercaba poco a poco. Cuando apenas unos metros nos separaban, mostré mi cuerpo entero, dejando que contemplara la gran y fuerte cola que partía desde mi cintura. La mujer se quedó tan impactada que estuvo varios minutos sin moverse. Me temo que la asusté, pues presa del pánico, volvió lo más rápido que pudo a la superficie. Volví a mi arrecife y lloré desconsoladamente ante el rechazo del primer y único ser que podría hacerme compañía el resto de mis días. 

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− ¡Padre, padre, no se va a imaginar lo que he encontrado ahí abajo!
− ¿El qué hija? ¡Dímelo ya!
− ¡Una sirena! Madre mía, al principio no me lo podía creer, incluso temí por mi salud mental, pero no, ahí estaba, delante mía, con su cabello dorado flotando y su multicolor, interminable y escamosa cola. 
− ¿De verdad? ¿Seguro que no fueron alucinaciones? ¡Qué alegría me das, vamos a ser millonarios!
− Sí, además parecía sentir curiosidad por los trajes de buzo, así que no creo que me vaya a costar capturarla para poder venderla a algún museo y ser catapultados a la fama, ¡Qué felices vamos a ser, padre!
− Ya lo creo querida, voy a preparar una red lo suficientemente grande y resistente como para que mañana puedas capturarla, ¡No puedo esperar a que llegue el momento en que la tengamos arriba en el barco!
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Al día siguiente, volví con la esperanza de ver una vez más aquella belleza pelirroja, y, cuál fue mi sorpresa, cuando la descubrí ya en el fondo marino, pero con algo en sus manos, una especie de red, que me recordó a la que algunos grandes barcos utilizaban para atrapar enormes masas de peces. Aquello me parecía repulsivo, atrapar a aquellos pequeños seres me parecía algo de lo más deplorable, no hacían daño a nadie, no había razón para que aquellos abusones les capturaran y sacaran de sus hábitats con a saber qué cruel finalidad. La rabia se apoderó de mí, y, armada con un afilado coral, me acerqué a toda velocidad al metálico intruso y corté la gruesa correa que le permitía regresar a la superficie. A continuación, con mi agilidad natural, le arrebaté la red y la empleé para arrastrarla hasta mi hogar. Fue un duro camino, pues durante los primeros veinte minutos oponía una continua pero salvable resistencia, mas después parece ser que decidió dejar de luchar y se dejó llevar. 

La coloqué frente a mí coral preferido, justo al lado de donde suelo dormir. Me encanta tener a alguien conmigo, con quien compartir los pequeños momentos. Alguien que no me va a abandonar. Me siento tan afortunada, es todo lo que podía pedir. Cada noche se lo agradezco a Santa Úrsula por darme la oportunidad de disfrutar de una compañera tan increíble como Leira, que es como suelo llamarla, ya que nunca me dice su nombre. Presiento que juntas seremos felices el resto de nuestra vida, no hay nada mejor que compartir experiencias juntas por siempre.

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Cuenta la leyenda que las mañanas de intensa niebla, si se navega por el arrecife, es posible cruzarse con un antiguo y abandonado barco en el que un viejo marinero llora amargamente sosteniendo el final de una seccionada cadena metálica.
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miércoles, 11 de noviembre de 2015

Hola

Hola, soy yo. ¿Puedes oírme? No sé qué hacer para que me cojas el teléfono. Parece ser que he dejado de importarte, pero tú a mí no. Pienso en ti cada día, cada minuto, en cada acción del día, imagino cómo sería a tu lado. Hoy he vuelto a la pequeña casita que solíamos alquilar, ya sabes, cerca del monte. Nos encantaba ir allí, los dos solos, en medio de la naturaleza. Sin nadie que nos molestara, éramos realmente felices. Por eso te llamo, porque quiero que me digas qué nos pasó, por qué te fuiste. Apenas fue una discusión más, no sentía las palabras que dije. Quiero que lo sepas, esto lo hago para decirte que siento de veras haberte roto el corazón. 

Debes de haberte recompuesto, seguido con tu vida. Quizás yo debería hacer lo mismo, pero no puedo. Lo intento, una y otra vez. Y siempre acabo igual, llamándote, debo de haberte llamado mil vecespero cuando lo hago parece que nunca estás en casa, o simplemente no quieres cogerlo. Me duele mucho que no quieras enfrentarte a esto, a mí, a lo que sentimos, a lo que sentíamos. Yo estoy en California soñando sobre lo que solíamos ser y tú, quién sabe, lo mismo estás casado y con hijos. Me ha costado mucho reunir el valor suficiente como para volver aquí, donde sucedió todo, donde te vi por última vez, donde nos dimos el último adiós. Se me ha venido el mundo encima cuando he empezado a ver surgir la casa en el horizonte mientras conducía, ver lo descuidados que están los jardines ahora que no estás para cuidarlos, las estancias, llenas de polvo, pero como si el tiempo no hubiera pasado. De verdad que tenía la sensación de que en cualquier momento ibas a bajar por las escaleras con esa sonrisa tuya, tan cálida y reconfortante, me ibas a abrazar como solo tú sabes, y me ibas a susurrar al oído que todo acabaría saliendo bien. ¿Sabes? Aún está ahí la fotografía que nos hicimos el día que nevó tanto que se atrancó la puerta y tuvimos que entrar por la ventana, seguro que lo recuerdas. Fue uno de los mejores días de mi vida, y muestra de ello es que fuera contigo. Al ver aquellos sofás, no pude evitar recordar mi absoluta convicción de que acabaríamos juntos, dos ancianitos sin nada más que unas manos cruzadas y una vida entera compartida juntos. Fue entonces cuando salió el tema de los niños. Sabes que yo nunca he querido hijos, mi madre murió en el parto y me crió mi padre, un hombre con graves problemas con la bebida, a causa, principalmente, de lo de mi madre. Me crié prácticamente sola, conocí a muchos niños huérfanos y en situación de desamparo. Sé que la medicina ha avanzado mucho, pero debiste comprender que era algo que estaba fuera de mi alcance emocional. Pero no lo hiciste, debiste pensar que era por ti, que no te quería lo suficiente, que no pensaba que serías un buen padre. Nada más lejos de la realidad, no se me ocurre un padre mejor que tú, eres un hombre admirable. El mejor que he conocido y conoceré jamás.

Si miro desde la ventana de mi habitación aún puedo verte marchar, el coche alejándose entre los árboles, las lágrimas recorriendo mis ojos, empapando mis mejillas, aquel dolor, un calor intenso y abrasante en el pecho, me temblaban las rodillas solo de pensar que no volvería a verte. Por eso ahora, te saludo desde el otro lado, para que sepas que sigo aquí, esperándote, y te llamaré las veces que haga falta. Al menos puedo decir que lo he intentadoDicen que el tiempo cura las heridas, pero esta no creo que sea capaz de cicatrizarla nunca, por muchos más años que pasen. Lo siento.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Crónicas del Averno, pt II. (MásVeinticuatro)

Un amplio salón, tres habitaciones, un par de cuartos de baño, una bien equipada cocina y un inmenso jardín fue el lugar al que llamamos hogar, y en el que decidimos criar a nuestro pequeño. Salía de cuentas en poco menos de dos meses, y ya exhibía un bombo considerable. Nos habíamos mudado a un pequeño pueblo del noroeste peninsular, incrustado entre una densa vegetación que servía de muralla natural, a excepción de la carretera principal que comunicaba con el exterior. Por fortuna, la matrona del pueblo era conocida por sus buenas prácticas, era una mujer que, pasados los sesenta años, tenía una amplísima experiencia. El día del parto fue cuanto menos, inusual. Cuando comencé a sentir las primeras contracciones, el cielo se tornó nublado, como augurando tormenta. Manuel me llevó al centro de salud, donde me esperaba Estefanía, la matrona. "Ya está cerca, es el último esfuerzo", me decía. Rompí aguas, y comenzó a llover. Cada contracción que sentía, un relámpago estallaba y el firmamento tronaba con fuerza. Así una y otra vez, hasta que al fin el pequeño asomó la cabeza. Cuando rompió a llorar la tormenta cesó de golpe y el cielo se despejó de inmediato. La eufórica felicidad que sentíamos mi marido y yo nos impidió notar todo esto, ni tampoco los pequeños detalles que le acompañaron en su crecimiento. 

El día de su primer cumpleaños, estando todos sentados en la mesa para festejar el aniversario del nacimiento de nuestro pequeño, a la hora exacta en la que nació, las 2:30, el relámpago más intenso que había visto en mi vida inundó la sala, y tras ese segundo, Daniel había desaparecido. La histeria se apoderó de nosotros, pero entonces lo comprendí: cuando la muerte me agarró de la cadera había maldecido mi vientre de tal forma que mi primogénito me sería arrebatado al cumplir su primer año. ¿Cómo pude ser tan tonta y no darme cuenta? La culpa me corroía, por mi egoísmo, por querer recuperar a mi marido, ahora habíamos perdido a nuestro hijo. Pero esto no quedaría así, y recurrimos a otro método con el que contactar con el otro mundo. Sin tiempo que perder, nos dirigimos a un pantano que se encontraba unos kilómetros al norte de nuestro hogar el cual se decía que era un portal al otro lado. De un salto nos sumergimos y comenzamos a buscar a nuestro hijo. A lo lejos divisamos una luz tenue, y al acercarnos descubrimos que se trataba de la muerte, que en una mano llevaba un candil y en la otra sostenía a Daniel, que dormía plácidamente. Intentamos abalanzarnos sobre ella, mas nos era imposible, una fuerza invisible nos lo impedía. Las lágrimas de impotencia brotaban de mis ojos, hasta que la sorpresa cortó de pronto el flujo.

Una sombra apareció por detrás de la muerte y con un rápido movimiento cogió al pequeño para esconderlo dentro de su capa. Tras lo cual, dio un giro de trescientos sesenta grados y desapareció. La parca prendió en llamas de la furia durante unos segundos, espacio de tiempo que aprovechamos para escapar. Nos sentamos exhaustos en la orilla, y al notar el agua moverse de manera inusual, introduje la cabeza para ver qué sucedía, y ahí estaba aquella sombra, que al quitarse la capucha no era otra que mi abuela, que me tendía a Daniel. Lo cogí justo a tiempo, la muerte la agarró por el cuello y se deshizo ante mis ojos. Con un brazo saqué al niño del agua al tiempo que la muerte me tiraba del otro hacia abajo. En cuanto noté que Manuel puso a Daniel a salvo, dejé que la muerte tirara de mí. Mi marido me agarró del brazo y me suplicó que luchara, pero yo lo tenía claro: "Lo siento cielo, cometí un error, no debí traerte de vuelta, la muerte no nos dejará hasta que recupere un alma, y no estoy dispuesta a que sea la de nuestro pequeño. Cuida de él, es imposible escapar de sus redes, la muerte siempre gana; lleva demasiado tiempo en el juego y ha pasado de acatar las normas a dictarlas. Hasta siempre amor mío".